Jueves, 25 de Abril de 2024
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SAMUEL ROA BOTELLO

Opinión

Crónica de una inmunidad de rebaño familiar por Covid

Por Héctor U. Tello B.

Es increíble como el virus muestra caras y viene en las formas menos esperadas. En nuestro caso venía dentro de una pequeña de dos años que exultaba tos a diestra y siniestra y dejaba una estela de flagelos microscópicos. Nos insaculó a todos.

Es decir, nos infectó. La familia entera amaneció con algunos datos después de tres días del primer contacto. Mi esposa con dolor de cabeza y garganta, Estefanía mi hija pequeña sin ningún dato, Héctor con un poco de dolor de cuerpo y garganta. Yo, con dolor de cuerpo, dolor de cabeza y tos.

El daño estaba hecho, pero temíamos lo peor: mi suegro (hipertenso, edad y diabético) dormía con nosotros después de unos meses. El día que los tres amanecimos con datos (Estefanía nunca los tendría), mi suegro no presentaba nada aún.

Decidimos separarnos, aislarnos lo más posible, a él habría que llevarle todo a su cuarto; sin embargo, sus síntomas aparecerían tres días después.

Nos tomamos el PCR los cuatro (Gisela, Héctor, Estefanía y yo al cuarto día de síntomas). Mi suegro debía esperar porque empezó posteriormente.

Y empezamos a actuar como si tuviéramos el virus aún sin resultado. En el fondo sabíamos que lo teníamos, la sensación era distinta, no cuadro gripal, pero si dolor articular, de cuerpo, cabeza, tos.

Esperábamos lo peor, un virus nuevo había entrado a nuestros organismos y afectaría más aquellos que estuvieran más deteriorados, con menos defensas inmunológicas. Así fue.

La primera semana pasó sin mayores consecuencias para los cuatro, pero no para mi suegro que empezó a decaer. Conseguimos el oxímetro, empezamos a monitorearlo. Un 85 nos puso en alerta extrema. El médico de la familia pidió intervenir inmediatamente: azitromicina, ivermectina y meticorten, suero.

Dice el discurso oficial que no hay medicamentos para el virus, cierto, no los hay. Pero, algo que me quedaría claro en los siguientes días es que el medicamento de sustento de un médico autorizado, (que ataque los síntomas), son vitales los primeros días. Así fue. Como siempre el médico de la familia atinó en todo momento. Se levantó al segundo día de uso de los mismos, aunque después entraría una fase que hay que afrontar en pacientes inmunodeprimidos: la falta de apetito, el sueño y cansancio extremo, que te ponen en una tesitura que borda el filo de la vida y la muerte misma.

No podíamos despegarnos, mi esposa, mi suegra y una valiente amiga de ella, se comprometieron verdaderamente con él; hoy a unos días de la crisis, la perspectiva se ve mejor. Conseguimos oxígeno y se le metió dos días, también lo mejoró. Queríamos evitar llevarlo al hospital donde irremediablemente le esperaría la soledad y la muerte, ¿quién lo cuidaría de su familia?, aquí, todos infectados pero al menos veríamos por él. No había otra alternativa: se quedaría en su casa pese a todo.

Mi octavo y noveno días fueron los peores, no pude levantarme. Mi esposa y mis hijos mejoraban, yo empeoré repentinamente. Cansado al extremo, dolor de cuerpo, dolor de cabeza, la tos se había ido gracias a una amalgama que llevó el amigo Samuel y que contenía de todo: (miel, canela, orégano, ajo, cebolla morada, cannabis, y más cosas). Pero el virus estaba atacando al estado general del cuerpo. Leí algo sobre el RH y mi sangre tipo AB que resulta es más proclive a padecer fuertemente, pero yo lo atribuí a mi hábito de fumar. Perdí el sentido del olfato y apareció el asco que no se iría los siguientes días.

Empecé con el mismo medicamento, -más vale-, refirió el amigo y doctor Carlos, "el día 10 es mortal", remató como mal augurio.

Mientras, afuera, los días eran oscuros y tormentosos por la presencia de Hanna. Adentro en casa, los días también eran oscuros, inciertos, enfermizos. Estábamos aislados, los amigos Alejandro, Ernesto y mi hermana Tamara nos acercaban cosas. Otros más insistían en apoyar y no era necesario, pero se agradece el gesto de amistad.

Los resultados de mi suegro llegaron a la par de los de nosotros: Positivos, toda la familia estaba certificada en Covid-19, estábamos en proceso de la inmunidad de rebaño a nivel familiar.

Me queda un dejo de dolor repentino y asco repentino después de 17 días de haber comenzado con síntomas; mi suegro, a pesar de sus 87 años, ha salido adelante poco a poco. Podemos decir que lo hemos logrado, sobretodo él, muchas veces lo pensé claramente: "no la hará".

El virus destruye tu sistema inmune, te sientes sin armas, agota tus recursos guardados, pone en vilo tu sistema familiar, pero quiero detenerme en un punto: debilita tu pensamiento, pone en cuestionamiento el equilibrio mental de por sí ya un poco deteriorado por esta nueva normalidad y el aislamiento.

Van algunas reflexiones para experimentar en cabeza ajena:

• No esperes un resultado, actúa como si lo tuvieras.

• Ejerce medidas sanitarias extremas al interior, evita tocarte, acercarse uno a otro.

• Los síntomas agravados son tratables; no existe medicamento para el virus, pero sí para los síntomas, y hay que atenderlos antes de que sea tarde.

• El médico de familia es el camino, pero tú eres quien toma las decisiones, algunas de las cuales no deben esperar.

• Si tienes datos, aíslate, ejerce responsabilidad familiar.

• En este momento, el virus está suelto infectando, ya no sirve la prueba, sirve tomar la responsabilidad de hacer acciones dentro del núcleo familiar y al salir de él a la calle.

• En nosotros está la medicina y la respuesta.

• La irresponsabilidad es la medida con que se mide la muerte.


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