Aún se recuerda el faraónico día del presidente: en aquellos ayeres, el primero de septiembre bajo un escenario a modo, con abrumadora mayoría en el Congreso el jefe del ejecutivo en turno, rendía su informe. El mensaje siempre triunfalista decorado con aplausos, vítores y reconocimientos. El acto culminaba con un denigrante protocolo de salutación en Palacio Nacional, donde toda la clase política oficial asistía haciendo largas filas para el obligado besamanos. Esto resume la relación entre los poderes republicanos, sin recato alguno, definidos como: sometidos al Ejecutivo.

Al cambiar la composición del Congreso y ante el hastío de una odiosa ceremonia, el formato fue impactado al surgir las interpelaciones, por cierto inauguradas por Porfirio Muñoz Ledo, subiendo de tono cada año. Los aplausos y vítores fueron permutados por descalificaciones e insultos, lo que hacía imposible mantener un clima de respeto entre poderes.

Ante tal panorama, se optó por sostener una rendición de cuentas escrita y dejar al Presidente de la República la decisión sobre su presencia física en el recinto de San Lázaro. A partir de ese cambio, ningún titular del Ejecutivo ha tomado la tribuna para acompañar el informe con un mensaje, la tradición se rompió, fue de un extremo a otro y aún las condiciones de respeto no son garantizables.

El último informe del saliente Presidente Peña Nieto no fue la excepción, los exaltados ánimos de los morenistas en la Cámara de Diputados evidentemente no propiciaban condiciones para el ejercicio, por el contrario, daba pauta para protagonismos de quienes les urge atraer reflectores, sin aportación positiva alguna.

Sin correr riesgos innecesarios el mensaje de despedida se hizo en Palacio Nacional, tanto sus formas como en contenidos, envía señales: los compromisos entre el entrante y saliente siguen vigentes y sólidos, la presencia de Porfirio Muñoz Ledo y Marti Batres Guadarrama en su carácter de Presidentes de las Cámaras, así como de Yeidkol Polenvsky en calidad de máximo dirigente de Morena, no son acciones únicamente de cortesía republicana, sino mensajes inequívocos de entendimiento.

En cuanto al contenido, se destacan las reformas estructurales y algunos otros aspectos, sin embargo, se ven opacadas frente al sello distintivo de corrupción, aunado a los índices de inseguridad y violencia que imperan a lo largo y ancho del país, eso sin tomar en consideración los fraudes electorales durante el sexenio.

La relación entre los poderes es un signo inequívoco de equilibrios, los últimos sexenios así lo han constatado, el compromiso sobre la cuarta transformación-sin que nadie haya explicado a que se refiere-, pasa necesariamente por el Legislativo, en ese entendido vamos a observar de que están hechos los morenistas con su amplia mayoría en el Congreso. ¿Se va a construir un camino de coordinación, entendimiento, debate y consensos interno y entre poderes o conductas entreguistas?.