Una de las experiencias más dolorosas y desafiantes de la nuestra existencia es acompañar a un ser querido en la etapa final de su existencia.

El proceso puede ser prolongado y desgastante, a veces no lo es tanto, pues la muerte sobreviene en un período relativamente breve. En todos los casos es siempre difícil.

Cuando un diagnóstico fatal se da a conocer al paciente y a los familiares se inicia un camino incierto que va desde la negación de la realidad hasta la aceptación serena de la proximidad de la muerte.

Surgen muchas preguntas ¿Porqué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Habrá alguna alternativa que pueda cambiar este diagnóstico fatal? ¿Debemos decirle al paciente la realidad? ¿Quién es el indicado para comunicarle la noticia? etc. La lista de preguntas puede parecer interminable.

¿Cómo podemos ayudar al paciente y encontrar ayuda nosotros mismo en este trance?

No tenemos que pasar solos por todo el dolor y la carga. La familia debe aprender a compartir las responsabilidades que implica el cuidado del paciente. Es necesario hablar abiertamente, reconocer y expresar los sentimientos, y convenir en un plan familiar para enfrentar juntos la tarea. Una red de apoyo social es importantísima: La comunidad y el auxilio espiritual solidario que ofrece la iglesia constituye un soporte importante. Los especialistas, entre los que se cuentan médicos, enfermeras, trabajadoras sociales, tanatólogos, psiquiatras y pastores son una fuente de orientación y ayuda muy importante.

En este proceso el que el paciente exprese sus necesidades y deseos es muy importante. Él o ella es quien enfrenta la tarea de darle sentido a su experiencia y, por lo tanto, el consentimiento informado del paciente es de primordial importancia.

No olvidemos que como cristianos, la fuente de apoyo más importante es nuestra fe. El sufrimiento y al muerte no sol última palabra en el propósito de Dios para nuestra vida. Para el cristiano lo mejor está siempre adelante.
Cristo recorrió el camino del sufrimiento venciendo la muerte, como nuestro Sumo Sacerdote comprende y consuela, como nuestro Redentor nos garantiza la vida.

"Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; Él nos guiará aun más allá de la muerte" Salmos 48:14.