En estas últimas semanas mi familia y yo hemos sido impactados por las noticias de los terribles hechos de violencia, tragedia y muerte que se siguen sucediendo en nuestro país y nuestra amada ciudad. Particularmente, San Luís Potosí ha sido frecuentemente mencionado en estos últimos días, y no para bien un orgullo nuestro, en los diversos medios en los Estados Unidos y, particularmente, en la ciudad de Chicago donde la criminalidad mexicana tiene importantes ramificaciones.

En nuestro corazón la preocupación se ahonda por la seguridad de nuestros seres amados en México, por toda la gente que trata de vivir de manera honesta trabajando duro para salir adelante, por nuestra familia y por nuestros hermanos y hermanas en la fe. Cada vez que nos enteramos de que alguno de nuestro seres queridos ha pasado por una situación de amenaza, riesgo o pérdida nuestro alma se estremece y nuestras oraciones se eleven al cielo pidiendo a Dios su cuidado y protección ¿Hasta cuando habrá de continuar esta situación?

Si nuestra visión se concentra solo en las circunstancias de inseguridad y riesgo que nos rodean ciertamente el temor se va apoderar de nosotros; terminaremos paralizados y presos de la ansiedad y la desesperanza.

Necesitamos la visión de la fe que traiga paz a nuestra alma intranquila y transmita esperanza aún en las situaciones más adversas. Insisto en el hecho de que estos tiempos difíciles son una oportunidad extraordinaria para compartir la fe y llevarla no sólo de palabra, sino en presencia y acción a quienes viven cautivos del dolor, la tragedia y el temor.

Necesitamos renovar la visión de la fe en estos tiempos difíciles, para ello, precisamos orar al Dios de los cielos con la certeza de que él escucha el clamor de su pueblo, ve su aflicción y desciende para librarlos. Esa oración debe llevarnos a la contemplación del Dios fuerte, grande y temible en el cual creemos, el Dios soberano que sigue reinando sentado es su trono de majestad.

Necesitamos orar para que los pecados de nuestra nación, especialmente de quienes han estado en el poder y han abusado y siguen abusando, ignorando toda justicia y compasión por el prójimo sea perdonada. Que Dios pueda tocar el corazón de lo que ejercen el poder para que busquen el bien del pueblo. Que Dios pueda no solo restringir la maldad de los que hacen violencia y crimen, sino que sus corazones puedan ser convertidos y transformados para ya no hacer más daño.

Necesitamos orar para que todos los que estamos convencidos que el camino que debemos seguir es un camino de paz, concordia y construcción en la solidaridad y la comunión de la familia humana podamos ser un testimonio transformador, reconciliador y sanador en medio de la la violencia, la tragedia y el egoísmo que nos rodea.

Esa visión de fe no es otra que Dios caminando con nosotros en la historia por medio de Cristo resucitado. El nos trae siempre una esperanza real porque el venció el dolor, la tragedia y la injusticia de la cruz trayendo lo nuevo, la esperanza de lo que ya está presente y de lo que viene para su pueblo.

Por eso no olvides pueblo de Dios: El Señor te guardará de todo mal; el guardará tu alma (Salmo 121:7).