Jueves, 18 de Abril de 2024
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Opinión

Meade, Política y corrupción

Por Ángel Castillo Torres

El ciudadano Meade lanzo desde San Luis Potosí un afilado mensaje: “en política no debe haber espacio para los corruptos”. Flecha envenenada lanzada directo al corazón de algunos priistas.

“Tenemos que sacar a la corrupción de la política y.... que todo mundo sepa en cualquier nivel y en cualquier contexto que si comete un acto de corrupción estará no solamente fuera de la política sino fuera de toda posibilidad de hacer vida en libertad”. Regaño que promete el infierno en la tierra: muerte civil y cárcel para los corruptos.

Su amonestación debió provocar vértigo entre algunos priista que acudieron a vitorearlo. Sobre todo en aquellos que han ganado fama de bribones.

Sin embargo los más cínicos ni por aludidos se dieron. Hicieron como que la virgen les hablaba. Estuvieron en todos los eventos de Meade y fueron fieles a la liturgia priista. Se acercaron al ungido para cumplir con el besa manos, comprometer el apoyo y, faltaba más, para insinuarse como posibles candidatos. Además, no perdieron la oportunidad de sacarse la selfie para luego subirla “al face” como trofeo que prueba su cercanía con el poder.

El PRI y su candidato saben que hay tres lacras que tienen encabronados a los ciudadanos: Corrupción, impunidad e inseguridad.

Por ello Meade y sus estrategas están tratando de ganar credibilidad asumiendo compromisos para exterminarlas.

Pero, ¿El jefe político del PRI en el estado habrá tomado nota de este mensaje? ¿Vetará a los corruptos que quieren ser candidatos? ¿O permitirá que los ciudadanos confirmen que el PRI no tiene remedio?, que el combate a la corrupción es solo propaganda en tiempos de campaña.

El primer priista del estado, que a la vez es el Gran Elector en su partido, tiene información privilegiada y sabe quiénes son los corruptos (hombres y mujeres). El paquete de candidatos que aparecerán en la boleta recibirán su visto bueno. Él es el comandante en jefe, el estratega, el que se la está jugando. ¿Qué mensaje quiere enviar a la sociedad? ¿El de la redención y arrepentimiento o el de la permanencia de lo corrupto?

Si el gobernador Carreras deja pasar manzanas podridas, su amigo José Antonio Meade no tendrá credibilidad en su cruzada contra la corrupción. Su omisión arruinara la posibilidad de que el candidato del PRI gane una oportunidad para hacer las cosas de manera diferente. Un descuido como éste daría la razón a Ricardo Anaya y a López Obrador que piden echar al PRI del poder por corrupto.

Un candidato es un símbolo. Representa algo. Es portador de cualidades, reales o ficticias. Sus virtudes son promovidas para convencer que es el mejor.

Meade se ofrece a los electores como un ciudadano honesto. Un mexicano que no ha sucumbido a las tentaciones del poder. Que no tiene muertos en el closet. Está al corriente del hartazgo de la sociedad con la clase política. Del malestar generalizado que provoca la impunidad. Está consciente del peligro que representa el voto de castigo por los excesos cometidos por muchos priistas. Por eso se presenta como diferente.

Meade y el gobernador saben que el poder corrompe y que “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto”. Y los corruptos no han tenido respeto por los ciudadanos. Han abusado de su poder para impulsar la cleptocracia.

La corrupción es una práctica que transgrede normas legales y principios éticos.

El corrupto abusa del poder para su beneficio. Es un depredador. Un ser egoísta y ambicioso que no siente empatía con los que daña. Hace política sin ética de responsabilidad. Es el que asume como filosofía de vida el lema: “Estos son mis principios, pero si no les gustan, tengo otros”.

Son políticos que están muy lejos del imperativo categórico de Kant, esa conciencia interior que hace suyos los preceptos de la moral para regir sus actuaciones. La que permite promover la transparencia en los asuntos públicos y personales. Nada que ver con los principios adoptados por muchos priistas que asumen que “el que no tranza no avanza”.

En el PRI sigue vigente la “cultura de la línea”. Una vez que el Tlatoani en turno dice por dónde, ya no debe haber duda. Y la orden ya ha sido dada por el nuevo líder del PRI, José Antonio Meade. Por lo tanto aspirantes a candidatos y candidatas de ese partido deben asumir que si han cometido pecados de corrupción deben irse a su casa. Su ciclo ha concluido.

Si de verdad quieren a su partido no le hagan daño. Los corruptos no suman, restan.

Por todo esto es de vida o muerte para el PRI escoger a competidores honestos. Y por si acaso no encuentran entre sus militantes a candidatos competitivos, honorables y con espíritu de lucha, pueden invitar a ciudadanos apartidistas dispuestos a dar la batalla. Al fin y al cabo que sus Estatutos ya contemplan esta posibilidad.

No hay duda. La mayor responsabilidad para escoger a los mejores candidatos es del Comité Ejecutivo Nacional y del gobernador del estado. Lo que está en juego es mucho: conservar o perder o poder. Porque la elección del primero de julio será un Plebiscito. Una consulta a los ciudadanos para decidir si se le da otra oportunidad al PRI o si se le castigan por sus errores.


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