Sábado, 22 de Noviembre de 2014
CIUDAD VALLES, S.L.P.
DIRECTOR GENERAL.
SAMUEL ROA BOTELLO

De la Revolución Mexicana, las revoluciones y la revolución hoy

De la Revolución Mexicana, las revoluciones y la revolución hoy

Lo que no se nos ha arrebatado y se ha procurado mantener es el dejo de presidencialismo que se plasmó en aquella Carta Magna.

lasillarota.com| | Sábado, 22 de Noviembre de 2014| 07:55


El pasado 20 de noviembre las protestas sociales dieron vida a un aniversario más de la poco más que centenaria Revolución Mexicana, arrebatándola a la clase política dominante cuya cancelación del festejo signó su renuncia simbólica. Las caravanas procedentes del norte, del sur y del estado de Guerrero se concentraron en Tlatelolco, el Monumento a la Revolución y el Ángel de la Independencia para partir hacia el Zócalo junto con estudiantes, maestros, organizaciones campesinas, sindicatos, el movimiento urbano popular y la sociedad civil en su conjunto. Marchamos unidos bajo la demanda de la presentación con vida de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, detenidos y desaparecidos a la fuerza por parte de las instituciones gubernamentales en colusión con el narcotráfico en Iguala, Guerrero, así como el esclarecimiento de los hechos, la exigencia de justicia y castigo a todos los responsables materiales e intelectuales. Más que nunca resulta pertinente inquirir sobre el significado histórico de aquellos acontecimientos que sólo en apariencia son distantes.

Tan sólo 114 años atrás, en aquel -ahora lejano- 1910 Francisco I. Madero imaginaba un país levantado en armas "desde las seis de la tarde en adelante" -y desde la víspera a los pueblos incomunicados-, como rezara el Plan de San Luis en que se convocaba. El conflicto prefigurado como instancia política última, como sabemos, precisó de un poco más tiempo para estallar a pesar de los agravios sociales acumulados. En unos cuantos meses a través de los Acuerdos de ciudad Juárez de mayo de 1911 se acabó formalmente con el régimen dictatorial de Porfirio Díaz, quien pronto debió de abandonar el país con destino a Francia. Sin embargo, más que concluir el conflicto inauguraba el enfrentamiento entre una aparente revolución homogénea compuesta por diversas facciones que desarrollaron una lucha política y armada entre sí hasta el triunfo del constitucionalismo en 1917. Tras el fin de dicha fase poco más de dos décadas tomó la reconstrucción del país y la institucionalización de la revolución.

Bien sabemos que no fue una revolución con premisas, ideología o programa únicos, sino una serie de impulsos revolucionarios plurales sobre los cuales se superpuso el que cristalizó en la Constitución de 1917 y los posteriores gobiernos en las décadas de los veinte y los treinta. Entonces la pregunta sobre el sentido histórico de la Revolución Mexicana atañe a aquella triunfante que comenzó a institucionalizarse a partir de dicho año. A ésta aprendimos a no mirarla con desdén exigiéndole lo que no era, lo que no podía ser, lo que no fue: ni sólo una "gran rebelión", ni socialista, nacionalista -traicionada o no-, estatista o neoporfiriana.

Por tanto, supimos reconocer una realidad indiscutible respecto de su significado histórico como una revolución burguesa, no en sentido ortodoxo sino en términos de su funcionalismo respecto del capitalismo -en relación con la producción y la acumulación de capital- que permitió la cristalización e incorporación de demandas de los sectores populares en la carta magna del diecisiete así como en las conquistas sociales posteriores, como ha sido analizado con mayor detalle Alan Knight en su ya clásico ensayo "La Revolución Mexicana: ¿burguesa, nacionalista o simplemente una `gran rebelión´?".[1]

Si su significado histórico nos ha quedado bastante claro lo que cabría preguntarnos es sobre su sentido para la actualidad. ¿Qué queda, pues, de esa revolución institucionalizada entre 1917 y 1940 que permita afirmarla como continuidad? En las últimas décadas los gobiernos neoliberales poco a poco han dado un vuelco completo a las conquistas primordiales de aquella lucha: el desmantelamiento de los derechos de los trabajadores rematado en la última reforma laboral que predica los beneficios de la incertidumbre acentuando la explotación, el abandono del campo, la privatización de las empresas públicas con su edición más reciente en la reforma energética y la apertura de puertas para la iniciativa privada nacional y extranjera, todo ello en beneficio de unos cuantos.

Lo que no se nos ha arrebatado y se ha procurado mantener es el dejo de presidencialismo que se plasmó en aquella Carta Magna y la potencial exacerbación de su autoritarismo histórico de un Enrique Peña Nieto que amenaza sutilmente respecto del uso de la "mano dura" contra las manifestaciones sociales mientras subrepticiamente infiltra las movilizaciones, gesta provocaciones y atropella indiscriminadamente los derechos de los ciudadanos.

La Constitución es un cadáver que apenas refleja la crisis en que se encuentra sumida la nación y muchas de las instituciones que creó. A la Revolución se le han bajado las revoluciones desde hace tiempo. Ha sido petrificada y zarandeada en aras de la afirmación acrítica de la "revolución institucionalizada" y la "revolución democrática". Tan maltratada y vaciada de contenido se halla que una de las fuerzas de la izquierda emergente en la política formal no vaciló en desechar la palabra "revolución" y optar por una "regeneración" nacional ambigua y mesiánica. Las instituciones que creó se han podrido como mejor lo reflejan los subsidios a las viudas de los veteranos revolucionarios. Dicha tradición, procedente de los años posteriores a la emancipación política de México respecto a España, cuya afirmación de los ideales de los luchadores socialesen la vida de sus descendientes al corromperse se ha transformado en una burla para la población y en la gestión del presupuesto por parte de los nietos de revolucionarios, no necesariamente de aquéllos de carácter popular.[2]

Si hacemos el inventario de lo que nos queda apenas podremos afirmar la existencia de un festejo que pretende fijar su recuerdo en la memoria colectiva. Si la reactualización simbólica de la Revolución en la comunidad a través de conmemoraciones es una afirmación de la vida, no es sorprendente dudar del sentido de la misma cuando paulatinamente se ha convertido en un espectáculo público y una demostración de poderío de la clase política dominante. En lo inmediato, la suspensión oficial de actividades así como su movimiento pragmático al día 17 de noviembre con la conmemoración la ha transformado en una mediación para la crematística y la acumulación de riqueza de las grandes cadenas comerciales que poco abona a la reflexión sobre aquel proceso histórico. la cancelación de su festejo por parte del sector gubernamental terminó por corroborar la ruptura de la tradición y el fin de su operatividad ideológica como aglutinante omnipotente así como con su encauzamiento simbólico de las energías bélicas populares y la demostración pública de fuerza militar estatal. Constituye, pues, una muestra más del resquebrajamiento del régimen actual.

¿Significa lo anterior que la Revolución Mexicana ha dejado de tener sentido para las transformaciones sociales de la actualidad? No, no es esa la Revolución que pretendemos o debemos afirmar en la memoria colectiva sino la que todavía extiende sus lazos vitales en una jornada nacional de protesta social en contra de un crimen de lesa humanidad perpetrado por el gobierno en colusión con el narcotráfico. Es ahí donde perviven los ideales de Emiliano Zapata y Francisco Villa, en suma, en la revolución popular cuyas experiencias concretas existen en procesos de organización social. Hoy se les rinde tributo en las calles con las consignas que pueblan las movilizaciones: "¡Zapata vive, la lucha sigue!", "¡Zapata vive y vive, la lucha sigue y sigue!", "¡Zapata y Villa viven!".

A ellas que se ha sumado un "Ayotzinapa vive" en una actualización simbólica que al unísono grita con rabia e indignación y al resonar en los pechos de las decenas de miles de personas movilizadas plantea el cuestionamiento respecto de si el crimen de Estado contra los normalistas de Ayotzinapa puede "generar condiciones para una revolución" o impulsar un proceso como aquél de hace cien años. La respuesta no es sencilla pues no se trata de afirmar ingenuamente que Ayotzinapa por sí misma puede generar el proceso cuando forma parte de una larga cadena de agravios del Estado contra la sociedad desde la guerra sucia en la década de los setenta, pasando por los asesinatos de comunidades indígenas tras el levantamiento zapatista en 1994, con las tragedias en Acteal, Aguas Blancas o Atenco, por sólo mencionar algunas.

La embestida de la clase política ha terminado con las reminiscencias de aquella revolución institucionalizada, permitiendo a la vez la posibilidad del avance de las transformaciones sociales originales que se están construyendo hoy día en la sociedad organizada y en los numerosos ciudadanos no organizados que han visto en Ayotzinapa el reflejo de sus propios agravios y el hartazgo por expresado en el "Ya me cansé" arrebatado al procurador Jesús Murillo Karam.

La política actual de allá arriba es resultado de la aniquilación de la institucionalización de esa revolución y el mote del partido en el poder una mera fachada ideológica que ha dejado de cumplir su función. Esperar que tales autoridades corruptas por la avaricia, la sed de poder y la administración patrimonialista del gobierno para los intereses de unos cuantos -entre ellos los narcotraficantes- lleva a conceder la razón los estudiantes normalistas que piden ir más allá de dichas instancias. Esperar que las instituciones corruptas resuelvan la grave crisis nacional de que es testimonio Ayotzinapa es ceder a las presiones de los grupos de poder a los que sirven y los intereses que en realidad protegen y renunciar a una transformación social real. La justicia se vuelve impensable en esos linderos.

Así, aunque se abre la posibilidad de un nuevo proceso de transformación social profunda, al que podríamos nombrar como revolucionario en la medida que se construya, su éxito no está del todo garantizado. De ello depende la recuperación crítica de la vertiente popular de la revolución mexicana que no se conforme con apelar a ella, a sus conquistas e ideales para quedarse en esos límites, sino que busque trascenderlos para dotarse de un contenido propio. Parte de esa tarea implica el abandonar la esperanza pasiva de que otros de allá arriba realicen lo que nos corresponde a todos como sociedad. Superar el mesianismo, el anhelo de un líder carismático y apelar a la sociedad organizada en el diálogo de manera solidaria, democrática y horizontal, articulada en un frente común desde abajo, con seres humanos comunes y corrientes como nosotros, es una tarea que en principio debemos afrontar.

Lo cierto es que hoy, de manera urgente, debemos cambiar lo que debe ser cambiado. Debemos, pues, no sólo de manifestar la indignación sino de traducirla en organización que sea capaz dotar de contenido de nueva cuenta a ese vocablo, "Revolución". La realidad exige recuperar la revolución popular en su sentido social más profundo y partir de él para dotar a la palabra nuevamente de un significado orientado a forjar una nueva nación, como hemos señalado líneas arriba. No corresponde a un individuo sino a la sociedad organizada en su conjunto. Habrá entonces que comenzar por extender las responsabilidades de un Estado abstracto a las instituciones corruptas e intereses empresariales nacionales y transnacionales que también han cometido crímenes reprobables como bien ha documentado el Tribunal Permanente de los Pueblos en el informe presentado recientemente tras tres años de trabajo.

Hasta el momento el plan de acción de las movilizaciones contempla un horizonte hacia diciembre. Primero, la realización del Congreso Nacional Estudiantil el 30 de noviembre en las instalaciones de la Normal Rural "Raúl Isidro Burgos" en Ayotzinapa, Guerrero. Segundo, un paro cívico nacional el 1º de diciembre. Tercero, la conmemoración de la entrada a la capital de los ejércitos de Francisco Villa y Emiliano Zapata el 6 de diciembre de 1913 con la toma de la ciudad de México. De nuestra cuenta corre que la recurrencia de aquella trágica revolución no se transforme hoy día en una farsa. Debemos ser capaces de recuperar aquella tradición revolucionaria y a la vez trascenderla para alcanzar un contenido acorde con nuestras condiciones actuales. De ello dependerá que un día seamos capaces de entonar al unísono aquél canto de Carlos Puebla: "Caballeros no hay razón, que no hay razón caballeros de que se le pongan peros a nuestra Revolución."

@RodMorenoHistor

[1] Alan Knight, "La Revolución Mexicana: ¿burguesa, nacionalista o simplemente una `gran rebelión´?", en Cuadernos Políticos, número 48, México, Era, octubre-diciembre, 1986, pp. 5-32.

[2] A propósito de eso véase el texto de José Roldán Xopa, "La pensión en 2015 para las viudas de la Revolución", La Silla Rota, 6 de noviembre de 2014, disponible en http://lasillarota.com/la-pension-en-2015-para-las-viudas-de-la-revolucion#.VGbfcNYreOh [última consulta el 17 de noviembre de 2014].

 


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