Julián DÃaz Hernández
La mayor tragedia de aviación en la Huasteca Potosina, sesenta años después.
La travesÃa se antojaba larga, asà que más valÃa comenzar temprano. Tras un tentempié al costado del fogón en la casa de âquien serÃa nuestro guÃa- Julián Ãvila Maldonado, salimos a las 6 de la mañana en la camioneta de Jean Louise Lacaille Múzquiz, un experto expedicionario mantense de ascendencia francesa, quien junto con Lorenzo RodrÃguez Sánchez (lugareño de âLaguna del Manteâ) decidió sumarse a la aventura.
Se pretendÃa llegar al sitio donde la noche del 7 de marzo de 1955 dejó su último suspiro el hombre que vivió por esta tierra y en ella se quedó para siempre en obra y recuerdo: Jorge Pasquel Casanueva. El objetivo era la cumbre de la Sierra de Tanchipa -reserva de la biosfera desde 1994- y parte de Valles, este municipio que medio siglo atrás se convirtió en noticia nacional e internacional debido a la mayor tragedia de aviación en la comarca.
CUATRO HORAS DE TRAVESÃA
Desde el ejido más grande de la República Mexicana tomamos rumbo al norte por la carretera México-Laredo, pasamos la entrada a la presa âLa Lajillaâ y apenas adelante del kilómetro 33 del tramo Valles-Mante, enfilamos hacia la derecha por un camino de terracerÃa. El trecho era casi recto, pero los pedregales que se nos presentaban al cabo de unos minutos nos obligaron a aminorar la velocidad.
Con sembradÃos de caña y pasto a los costados âque se distinguÃan al tiempo que el sol se asomaba frente a nosotros- libramos dos entradas; asà llegamos a âPaso de las yeguasâ, un lugar donde la vegetación que empezaba a cubrir el camino, lo volvÃa estrecho y obligaba a seguir a pie. Eran las 6:45 y estábamos a 290 msnm (metros sobre el nivel del mar) según el aparato GPS (Global Posicion System) de Jean Louise.
Agradeciendo a la naturaleza la frescura de la mañana, tomamos rumbo al norte con mochilas bien provistas âsobre todo de agua- pues desconocÃamos hasta donde el monte podÃa haber crecido y eso sin duda dificultarÃa el andar presuroso. No nos equivocamos, y los machetes bien afilados en la diestra empezaron a hacer su trabajo en tanto nos acercábamos a la falda de la sierra.
Caminamos luego hacia el este por un cambiante conglomerado de gavias, huapillas, soyates y bejucos, avanzamos entre un mosaico de hojarasca âpropio del invierno-, admirando las variedades de orquÃdeas entre los árboles de chaca o cedro, arrullados por las chachalacas y las quilas. Asà entramos al pie de Tanchipa poco antes de las 8 de la mañana; 345 metros sobre el nivel del mar (msnm) marcaba ahà el GPS.
El avance ofreció cada vez mayores obstáculos, pues no solo era el ascenso sino también la vegetación que se cerraba de repente y hacÃa dudar a nuestro guÃa, a quien terminó por sacarlo adelante esa retentiva que le mantenÃa el camino dibujado en la memoria. La vista no era al frente para no extraviarse, porque también debÃamos estar atentos a los lados para esquivar a tiempo alguna âplanta- âmala mujerâ, y abajo, para no entramparse en un hoyo.
En algunos sectores las hormigas habÃan aflojado la tierra, que en ocasiones se sumÃa al paso de nuestros pies; en otros tramos la hierba nos reservaba alguna molesta colonia de garrapatas y pinolillos, o arbustos con espinas que desgarraban con lo que se topaban. Y mientras tratamos de sacudirnos las lianas que aprisionaban el andar, mantenÃamos la precaución cuando recordamos a esa sierra como hábitat de las vÃboras cascabel y coralillo.
El sol apenas se colaba por entre los árboles enormes, pero la ropa se empapaba de sudor por el ejercicio constante; aun asà no detuvimos el ascenso, y las manecillas del reloj seguÃan dando vueltas. HabÃa que subir, bajar, subir, bajar y volver a subir, hasta alcanzar la tercera cordillera, la más alta, allá donde las guacamayas nos recibieron con su alboroto caracterÃstico y luego nos regalaron el espectáculo azul turquesa de una parvada.
Para cuando el astro fulgurante se acercaba a la mitad de su andar, parecÃamos estar más próximos a nuestra meta en la cúspide; caminamos por un cañón que pronto nos llevó a lo que algunos conocen como cueva Tanchipa y otros âa partir de la tragedia le nombraron- âCueva Pasquelâ. HabÃamos recorrido para entonces 3 horas con 45 minutos, y estábamos a 625 msnm, en las coordenadas 2467284 norte y 14 506975 este.
Saber que nos encontrábamos cerca de la cima nos dio la posibilidad de beber un poco de agua para retomar energÃas rumbo a lo que serÃa la parte más complicada. Rodear la cueva significó enfrentarse a la escarpada; trepando a veces, y otras caminando entre las rocas a paso lento para colocar exactamente un pie tras el otro en cada una de las piedras que aparecÃan salteadas frente a nosotros.
EL SITIO DE LA TRAGEDIA
Después de las peripecias en carne propia, imaginamos lo difÃcil que debió ser aquella noche la expedición de la brigada que se dio a la tarea de localizar el sitio del percance fatal. Surgieron entonces âluego de avanzar unos 300 metros- los primeros restos del avión; aquello parecÃa un alerón trasero, fabricado en un aluminio resistente al tiempo, pero que desde luego no soportó el impacto, mucho menos con los peñascos que hay por todos lados.
Nos encontrábamos en la parte más alta, desde donde divisamos âhacia el poniente- la carretera nacional y la presa âLa lajillaâ; habÃan pasado poco más de cuatro horas de caminata, estábamos a 660 metros sobre el nivel del mar (msnm), en las coordenadas 2467445 norte y 14 507087 este. Un poco más adelante, vimos esparcidos en un radio de aproximadamente 50 metros, todo tipo de desechos de la unidad C-60 de Jorge Pasquel.
Fragmentos de alas estaban en sitios distintos uno del otro; enseguida un pistón con residuos del motor, un carburador encima de una de las alas, por allá lo que parecÃa un pedazo del tren de aterrizaje, con su sistema hidráulico y partes de acero -en verdad- inoxidable a pesar del tiempo de abandono. Entre varios restos las lagartijas hicieron nido pero huyeron ante nuestra presencia, en otras, la vegetación se entrelazó caprichosamente.
En otro extremo y casi cubiertos por las ramas se notaban segmentos de cabina, las bases de algunas luces, mangueras, hierros oxidados, y más láminas. Partes elaboradas en âresistente- fierro vaciado se apreciaban fracturadas, denotando el impacto letal del transporte contra la parte más elevada y dura de Tanchipa; en todo nuestro alrededor habÃa partes, muchas de ellas ennegrecidas por el fuego que sobrevino al choque.
Unos diez metros enseguida estaban las cruces, la mayorÃa deterioradas pero con las placas color café, en las que se leÃan los nombres de las caÃdos, en letras negras; todas clavadas sobre las rocas y con la misma fecha del deceso: 7 de marzo de 1955. La primera era la del Subteniente Sergio RamÃrez López, luego la del teniente Eduardo Moreno Brillas y la del Mayor Manuel GarcÃa Ruiz, éstas dos últimas vencidas por el tiempo.
Al centro estaba la de Jorge Pasquel Casanueva, detrás la de su fiel mayordomo Miguel RodrÃguez Guerrero, y finalmente la de los mayores Pablo Estrada Luna y Héctor Joel Velarde Barney. Al fondo una lámina -que seguramente voló por el viento- de lo que era la capilla donde cada año le celebraban misa; los troncos de la construcción aún permanecÃan en pie, no asà la tradición del homenaje luctuoso, que se perdió hace unas tres décadas.
Entre el espacio para el descanso, nos repusimos un poco de la caminata azarosa, en medio de aquella especie de cementerio serrano perdido en la espesura de la sierra, allá donde casi nadie llega. Rodeados de esos mudos testigos del percance que costó la muerte a siete personas, no podemos quedarnos al margen de reflexionar sobre la vida del principal protagonista y vÃctima: Jorge Pasquel Casanueva.
JORGE PASQUEL CASANUEVA, EL PERSONAJE
Jorge Pasquel Casanueva nació el 23 de abril de 1907 en Veracruz; de carácter extrovertido, palabra fácil, capaz de la broma pesada y conocido por sus reacciones fuertes. Alguna vez un compañero lo lastimaba con sus palabras, pero Jorge sacó un cortaplumas arrojándose contra su ofensor, ambos lucharon bravamente hasta que un maestro los separó y lo expulsó de esa Secundaria de la ciudad de México.
De regreso en su natal ciudad, comenzó a trabajar en la agencia aduanal âPasquel hermanosâ, propiedad de su padre; fue el inicio de su carrera como hombre de negocios. Para 1927 tenÃa 20 años y grandes amistades que lo arrastraron a la lucha por el poder, se hizo amigo Ãntimo de Miguel Alemán y del general Manuel Ãvila Camacho -entonces Presidente de la República- con quien jugaba golf.
En 1929 incursionó en la polÃtica como candidato a Diputado por Soledad de Doblado, Veracruz; habÃa ganado a pulso las simpatÃas suficientes para vencer. El dÃa de las elecciones tuvo los votos necesarios para abrumar a su contrincante, todavÃa en México Manuel B. Treviño -presidente del Partido de la Revolución Mexicana (PRM, hoy PRI)- le comunicó que su triunfo serÃa reconocido.
Sin embargo, dÃas después se publicó la lista oficial que daba a conocer a los ganadores y en ella no aparecÃa su nombre, Jorge Pasquel se comunicó rápidamente con su amigo José Santos Alonso, que era de San Luis PotosÃ, quien le contestó que âel viejoâ (Plutarco ElÃas Calles) lo habÃa sacado de las listas y nada se podÃa hacer. Entonces decidió hablar personalmente con él, aprovechando la gran amistad con su hija Ernestina.
Pensó que el general accederÃa y ambos fueron a verlo, pero a los pocos minutos salió Calles discutiendo acaloradamente con su hija, se habÃa tornado violento y agresivo. En esos momentos se les acercó Jorge, pero no tuvo tiempo de pronunciar una sola palabra porque el general le tiró una bofetada, que apenas esquivó, luego trató de usar contra él un rifle pero Ernestina se interpuso y Pasquel salió huyendo, de la casa y de Cuernavaca.
Como si fuese un desafÃo al poderoso, terminó casándose con Ernestina Calles, el 25 de julio de 1932. Insistió a entrar en la polÃtica, otra vez para diputado por Veracruz, pero poco tiempo antes de las elecciones, el PRM pidió retratos de los seguidores de Jorge; sólo unos cuantos recibieron las credenciales y el dÃa de las elecciones la mayorÃa -aún sin credencial- decidió votar, pero el partido invalidó el proceso y le dieron el gane al opositor.
Posteriormente, junto con un grupo de amigos, Jorge Pasquel adquirió de la viuda de HerrerÃas el periódico âNovedadesâ, siendo nombrado presidente y gerente del mismo. Como habÃa crÃticas sobre el Secretario de Hacienda, se produjo una situación muy delicada, por lo cual le exigieron que renunciara al puesto del periódico, y en su lugar quedó don Rómulo OâFarrill padre.
Su carácter lo involucró en hechos sangrientos, como el acontecido la noche del 24 de febrero de 1943 en la plaza de Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde Jorge tuvo un duelo a balazos con un empleado de aduanas apellidado Baca, a quien mató âsegún se dice- en defensa propia. También se le involucró en la muerte del periodista Fernando Sánchez Bretón, en noviembre de 1948, y en la destrucción de periódicos âanti-alemanistasâ.
El negocio más importante que hizo fue la creación de la Distribuidora México, S.A.; esta empresa, fundada por él con una fuerte inversión, distribuÃa petróleo y sus derivados, concesión que le habÃa sido dada por Miguel Alemán y que después le serÃa retirada. Ferviente aficionado al beisbol, intervino de manera decisiva para que el circuito se jugara en un plano totalmente profesional, a partir de 1940, cuando hizo su aparición en la Liga.
Ese año fundó a los âAzules del Veracruzâ, cuya edición de 1941 está conceptuada por la mayorÃa de los expertos como el equipo más poderoso que ha competido en el circuito. En 1946 encabezó âla invasiónâ de la Liga Mexicana a las Ligas Mayores, induciendo a entrar a los clubes nacionales a Max Lanier, Fred Martin, Salvatore Maglie, Adrián Zabala, Harry Feldman, Mickey Owen, Luis RodrÃguez Olmo, Vern Stephens, y muchas otras estrellas.
También fue dueño del Parque âDeltaâ, cristero, y promotor incansable del beisbol profesional; se le ubicaba como el arquetipo del millonario âalemanistaâ más allá de la ley, acusado de contrabando y de vender concesiones aprovechando su influencia en el gobierno, siempre solucionando sus problemas sacando la pistola o la chequera. Hombre en el torbellino de la controversia: Temido, odiado, pero también muy querido.
La pistola era un detalle inherente a la personalidad de Jorge Pasquel, y anécdotas que corren de boca en boca hablan de muchos encuentros en los cuales tuvo que echar mano a su calibre 45. Era un envidiable tirador, con toda clase de armas, ya que como cazador de altos vuelos podÃa competir su rifle con el mejor del mundo; el capitán Chávez -quien habÃa dado a México varios triunfos en competencias olÃmpicas- fue su maestro.
En alguna ocasión en que el periódico La Prensa informó de algunas de sus actividades poco dignas de elogio, se presentó en la redacción luciendo su arma, comenzó su presentación con algunas amenazas, siguió interesándose por la marcha de la empresa y acabo ofreciendo su participación para una de las campañas de carácter social que realizaba por aquel entonces ese diario.
De la irritación al entusiasmo, de la amenaza velada al elogio: Todo ello en pocos minutos, dinámica de una contradicción que quizás fuera la verdadera definición de su carácter y su personalidad misma. Los millones de Pasquel sirvieron en alguna ocasión para que los cómicos de teatros montaran en torno de ellos la farsa de sus aceradas sátiras; sus amigos suponÃan que era poseedor de una fantástica fortuna, pero nunca se supo la cuantÃa.
PASQUEL EN SU HACIENDA
En la huasteca potosina un buen dÃa decidió asentar una hacienda, y trajo acá su portentoso ejército de máquinas que derribaron la jungla para levantar en ella un emporio agrÃcola y ganadero; âSan Ricardoâ le puso por nombre (hoy âLaguna del Manteâ). Contrató gran cantidad de empleados, venidos de todos los ejidos vecinos, quienes fueron testigos no solo de su trato amable y generoso, sino también de las visitas de los famosos de la época.
Entre polÃticos y artistas, se desarrollaban los dÃas en que Jorge llegaba a la casa grande (en el edificio que después albergó a una Preparatoria, al sureste del poblado); bajaba en alguno de sus aviones a la pista, donde ya lo esperaba un lujoso automóvil que habrÃa de trasladarlo a la estancia campestre. Entonces en la hacienda habÃa fiesta y del ganado que se sacrificaba para la ocasión, buena parte se distribuÃa entre la servidumbre.
Su presencia no era muy continua pero sà prolongada, sobre todo para distraerse con la cacerÃa, una de sus pasiones. Por ello sembró frijol en el área circundante a la hacienda, para que los venados y demás especies de la región bajaran a comerlo, y el millonario aprovechara âjunto con sus amigos- para darle gusto a las armas; igual como lo hacÃa frente al salvajismo de la sabana africana de donde salió siempre avante.
No sucedió asà el dÃa que se enfrentó a su destino: 7 de marzo de 1955. Salió de México a las 3 de la tarde, aún hasta las 2:30 estuvo en sus oficinas de (calle) âRamón Guzmánâ 71 con todos sus hermanos, esperando noticias sobre la salud de su hijo Jorge, quién durante la mañana habÃa sido operado de amigdalitis; todavÃa al salir de la capital recomendó a su chofer Gustavo MacÃas, que fuera a esperarlo al aeropuerto a las 10 de la noche.
Siguiendo ese plan, cerca de las 9 en âSan Ricardoâ, Pasquel dio la orden de regresar a México; experimentado como era, el piloto Jacobo Estrada (ex combatiente en la Segunda Guerra Mundial con el Escuadrón Mexicano 201) le hizo ver las condiciones riesgosas para volar, pero Jorge impuso la terquedad para aplicar su voluntad. QuerÃa estar en la capital a como diera lugar y dio la orden tajante que le costarÃa la vida.
EL AVIÃN DE LA MUERTE
Según la versión del general Adolfo León Osorio al diario âLa prensaâ, Jorge Pasquel Casanueva siempre estuvo seguro que iba a morir en un accidente de aviación. Dos meses atrás fueron compañeros de vuelo en una nave de American Air Lines hacia Estados Unidos; entre la charla, León Osorio le recomendó que no volará tanto porque cualquier dÃa iba a morirse, Pasquel admitió que eso podrÃa pasar, pero que a él le encantaba volar.
Adicionalmente âincluso en forma inexplicable- Jorge mantenÃa en su poder un avión C-60, que desde diez años atrás habÃan sido eliminados por todos los gobiernos, debido a que constituÃan un peligro para la navegación aérea. En uno de ellos estuvo a punto de morir Lázaro Cárdenas del RÃo, cuando en calidad de Secretario de la Defensa Nacional, realizaba un recorrido con periodistas y funcionarios, sobre instalaciones militares.
Otros aparatos similares tuvieron trágico fin, como el que cayó al iniciar su vuelo en el Aeropuerto Central, y en el que iban el embajador de la URSS, Constantino Gumansky y 15 personas más, de las que solamente se salvaron el mecánico noble y la señora Troynisk, esposa del primer secretario. Poco después en Puebla cayó otro avión C-60, pereciendo 23 soldados del ejército.
Esa noche del 7 de marzo de 1955, los vehÃculos de la hacienda se apilaron en torno a la pista y encendieron los faros, para con su luz indicar al piloto la trayectoria del despegue; cuentan los lugareños que salió rumbo al poniente a las 9 de la noche con 3 minutos. El transporte empezó a fallar y dio una especie de vuelta en cÃrculo -hacia la montaña- como tratando de regresar, pero sin alcanzar demasiada altura.
Se escuchó un estallido âaparentemente un motor- y el avión se precipitó hacia los peñascos en la parte alta de la sierra de Tanchipa, el fuselaje fue derribando árboles hasta estrellarse en las rocas y explotar. La nave se hizo añicos y enseguida las llamas alcanzaron a los ocupantes; por la lejanÃa en donde quedó su cuerpo, algunos rescatadores supusieron que Pasquel se habrÃa lanzado al vacÃo poco antes del impacto final.
Su cuerpo fue el que más entero quedó a comparación de los demás, aunque totalmente calcinado y sin la cabeza, piernas ni brazos en su lugar. Siete horas duró el difÃcil y peligroso ascenso a la escarpada montaña, toda vez que el bimotor Lockeheeed, matrÃcula XB-XEH (en el que viajaban las vÃctimas) se desplomó en una pendiente en la abrupta serranÃa, a 15 kilómetros de la pista de aterrizaje de la hacienda.
EL AZAROSO RESCATE
Según los inspectores técnicos de la SecretarÃa de Comunicaciones y Obras Públicas a través de su Dirección de Aeronáutica Civil, por tratarse de un vuelo nocturno el piloto no consiguió hacer altura suficiente al volar a ciegas y fue a estrellarse con las elevaciones más próximas, produciéndose la catástrofe. No faltaron quienes notaron en el envÃo de los peritos un afán por investigar la verdad sobre lo que pudiera haber sido un atentado.
Aviones de la Fuerza Aérea Mexicana salieron de distintas bases aéreas hacia el lugar del accidente, comandadas por el general Viéytez y Viéytez, obedeciendo instrucciones superiores. En âSan Ricardoâ, cincuenta hombres formaron una brigada y a golpe de machete se abrieron paso a través de la boscosa sierra, hasta llegar al sitio del fatal siniestro.
El contingente de voluntarios quedó formado en la madrugada del dÃa 8, y a las seis de la mañana emprendieron la marcha hacia el sitio donde unos campesinos habÃan informado que la noche anterior algo grave habÃa ocurrido, pues escucharon un ruido ensordecedor y luego vieron enormes llamaradas que se elevaban en medio de los bosques. Llevaban medicinas, parihuelas, lazos y buena cantidad de implementos de rescate.
Cuando llegaron al sitio, al pie de un elevado pico de macizas rocas, sus ojos vieron un montón de fierros retorcidos y casi calcinados, y a su alrededor toda clase de restos humanos totalmente quemados. Piernas y brazos ennegrecidos y alzados hacia el cielo por el efecto de las llamas, cráneos quemados, forrados con carne chamuscada con gestos horribles de dolor y angustia en su rostro.
Solamente un cuerpo, que luego fue identificado como el de Jorge Pasquel, estaba completo pero totalmente quemado, los demás yacÃan destrozados y tuvieron que recogerlos en partes. Los colocaron luego en las parihuelas y fueron conducidos al rancho; la identificación de Jorge fue posible por un tornillo de aluminio que le habÃa puesto el doctor Alejandro Velazco al operarlo tras el ataque de un leopardo en Ãfrica.
La difÃcil tarea de investigación la llevó a cabo el general Octavio Rueda Magro, componente de la expedición; la SecretarÃa de la Defensa Nacional ordenó desde las primeras horas de la madrugada del 8 de marzo, la movilización de dos escuadrones del Batallón de Fusileros Paracaidistas que comandaba el teniente coronel Plutarco Albarrán. Para levantar los cadáveres hubo necesidad de envolverlos en cobijas.
A las 2 de la tarde del dÃa 8 se inició el descenso con la fúnebre carga, y antes de las 5 estaban ya en âSan Ricardoâ, donde esperaba el agente del Ministerio Público de Ciudad Valles, Rubén RuÃz, para levantar las actas de rigor. Inmediatamente después se dispuso lo necesario para que todos, con excepción del magnate jarocho -quien serÃa inhumado en su ciudad natal-, fueran llevados a México para darles sepultura.
A las 17:48 horas llegó a la capital del paÃs Gerardo Pasquel y su esposa, procedentes de Los Ãngeles, California, a donde habÃan ido con el deseo de presenciar la pelea del popular âRatónâ MacÃas; allá recibieron un cable comunicándoles la trágica noticia. Cuando a Gerardo le confirmaron el fallecimiento de su hermano, sufrió un ataque por la impresión, algo parecido pasó con Sergio (su hermano gemelo).
Los familiares cercanos de Jorge contrataron un avión especial para trasladar su cuerpo hasta la tierra que lo vio nacer, donde aterrizó a las 8:30 de la noche. Todos los parientes del millonario desaparecido que estaban en la capital mexicana, incluyendo a sus hermanos Alfonso y Sergio y a su tÃo Roberto Pasquel Luján, partieron para Veracruz para recibir allá los restos.
EL MISTERIO QUE LO SIGUIÃ
En el aspecto afectivo, a Jorge Pasquel mucho se le relacionó con MarÃa Félix, nadie olvida lo que se decÃa en los periódicos respecto de su romance con ella, y lo que la misma diva llegó a declarar después de la muerte del millonario. Sin embargo, fue la cercanÃa con la actriz checoslovaca Miroslva Stern la que despertó especulaciones que aún después de su fallecimiento, los periódicos (como La Prensa) avivaron constantemente.
Y es que la historia oficial de la muerte de Miroslava, sentimental y compasiva, convivió durante algún tiempo con un rumor popular que encontró espacio en las secciones de nota roja de los diarios hasta que la ANDA (Asociación Nacional de Actores) exigió al gobierno que las censurara. Según esta versión, ella no se suicidó al descubrir que Luis Miguel DominguÃn se casaba con LucÃa Bosé, sino que habrÃa muerto en un accidente de aviación.
El rumor relacionó asà dos muertes: La de la actriz y la de Jorge Pasquel; el diario La Prensa del 9 de marzo de 1955 comenzó la especulación al señalar que ânadie sabe a quién corresponde el séptimo cuerpo, pues solamente se sabÃa que viajaban seis personas, incluyendo a Jorge Pasquel en ese avión C-60, un modelo prohibido en México, después de que Lázaro Cárdenas estuvo a punto de estrellarse en una gira a Mazatlánâ.
Unos dÃas después del accidente de Pasquel se dio a conocer la identidad de los otros cinco muertos: Tres pilotos, un radio operador, un mecánico y el mayordomo. El 11 de marzo, tres dÃas después del accidente en San Luis PotosÃ, era encontrado el cadáver de Miroslava. La tardanza dio lugar a las sospechas, porque la criada de la actriz -MarÃa del Rosario Navarro- la vio por última vez el 7 de marzo y el 11 se dio a conocer el suicidio.
La Asociación Nacional de Actores, en ese entonces presidida por Rodolfo EcheverrÃa, obtuvo la dispensa de la autopsia y Miroslava fue incinerada a las cuatro de la tarde en el Panteón Civil porque -a decir de su padre- sepultarÃan sus cenizas al lado de las de su madre en una cripta que poseÃa la familia en el Panteón Francés de San JoaquÃn, un mausoleo que (según La Prensa del 13 de marzo) no existÃa.
Por si fuera poco, al dÃa siguiente de la muerte de Miroslava, ese periódico publicó una entrevista con el actor cubano César del Campo que avivó las sospechas: âLa vi y hablé con ella el lunes pasado (7 de marzo), me platicó de sus planes de trabajo, que estaba por salir a San Luis Potosà a hacer unas presentaciones personalesâ. Los asistentes al último adiós a la actriz jamás la vieron de cerca.
YA NADA FUE IGUAL
Lo que sà resulta completamente cierto hasta nuestros dÃas es que âa juzgar por las versiones de vecinos de la antigua hacienda âSan Ricardoâ, hoy ejido âLaguna del Manteâ- todo cambió a partir de la muerte de Jorge Pasquel Casanueva: Los hermanos se alejaron, la hacienda quedó sumergida en el descuido, el ganado se fue perdiendo, e incluso la vasta propiedad del veracruzano empezó a ser vÃctima del saqueo.
La rapiña se volvió sistemática cuando en la década de los setentas, solicitantes de tierras venidos de varias partes del paÃs presionaron al gobierno para que expropiara e iniciara el reparto. Cuentan algunos lugareños que hubo gente que llegó a internarse en los subterráneos del casco de la hacienda en una búsqueda infructuosa de supuestos tesoros; también se organizaron expediciones al sitio del accidente en busca de un áureo botÃn.
Lo más lamentable âsegún afirman antiguos habitantes- fue que a la formación del ejido âLaguna del Manteâ, arribó gente conflictiva que con el tiempo transformó la imagen de poblado apacible, en sitio de reyertas constantes. Entre suspiros, todavÃa regresan a sus mentes los dÃas de prosperidad que vivÃan a lado del hacendado Jorge Pasquel, tan diferentes a la zozobra económica de hoy en dÃa.
Son ellos quienes comparten aquel epitafio que se lee bajo un mausoleo sencillo en el panteón de Veracruz, a la derecha de su padre y arrullado por el murmullo de las olas del Golfo de México: âJorge, todos te lloramos y estarás siempre en nuestros corazonesâ¦â
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