Lunes, 15 de Abril de 2024
CIUDAD VALLES, S.L.P.
DIRECTOR GENERAL.
SAMUEL ROA BOTELLO
Semana del 17 de Julio al 23 de Julio de 2020

Memorias

Memorias

Rodolfo del Ángel del Ángel



Es una tendencia muy humana el creer que cuando alguien ha partido de este mundo la hemos perdido del todo. Con su muerte ha muerto todo lo que esa persona fue y significó para nosotros. En un intento de retener la presencia de esa persona que fue significativa para nosotros visitamos su tumba. ¿Qué es lo que vemos allí? ¿Acaso el recuerdo de su fugaz paso por este mundo, sus sueños, alegrías y vivencias, reducidas a un pequeño espacio en el interior de una fría loza?

Algo en lo profundo de nuestra alma nos dice que una tumba no pude ser el final de todo. A pesar de nuestra pequeñez, fuimos creados para la eternidad. La muerte, entonces, es un paso más en nuestro caminar, el capítulo final en nuestra existencia peregrina y temporal en este mundo, para abrir una página, la final y definitiva, más allá de esta vida.

Cuando nuestros signos vitales cesan, el corazón se detiene y nuestro cerebro muere las cosas han concluido aquí. Lo que no muere es lo que vivimos, lo que queda en la memoria de aquellos que amamos y nos amaron, el bien que hicimos, el cuidamos que dimos, el amor que compartimos, la fe que animó nuestros corazones. Ciertamente que con el paso del tiempo solo quedan anécdotas de lo que fuimos, pequeñas historias que se va reeditando en la memoria de quienes aún nos recuerdan; finalmente, esas memorias habrán de morir, también, olvidadas en el cajón del tiempo. ¿Qué quedará de nosotros, entonces? Aquello que no pude perecer jamás.

Las semillas de bondad y generosidad que sembramos y que bendijeron e inspiraron a otros, que dejaron constancia de nuestro paso vagabundo por este mundo. Muy probablemente no se construirán mausoleos y monumentos en nuestra memoria, ni quedaremos inscritos en los anales de la historia como personajes influyentes de buena o mala fama en los libros conservados para la posteridad. Tal vez nuestros nombres no estarán asociados con grandes logros, pero si vivimos plenamente con gratitud y alegría, y sobre todo con fe; si buscamos como el deseo más intenso glorificar a Dios, servir y amar como seguidores de Jesús, entonces nuestros nombres quedarán inscritos para la eternidad en los cielos, y viviremos permanentemente en la memoria de Dios.

Porque cada acción, cada pequeño servicio, cada semilla sembrada de amor y justicia, Dios la hará fructificar y permanecerá para la eternidad.

Mantengamos vivo en nuestro recuerdo la memoria de aquellos que amamos y nos amaron, pero, sobre todo, si siguieron el camino, el gran camino, sigamos su ejemplo e imitemos su fe, sembremos como ellos sembraron, y cultivemos los frutos de amor y generosidad que ellos nos heredaron como constancia de su paso por este mundo, porque de esta manera su recuerdo permanecerá y sus vidas seguirán inspirándonos. Sobre todo, no olvidemos que, aunque este mundo nos llegue a olvidar viviremos para siempre en la memoria de Dios.

 


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