Rodolfo del Ãngel del Ãngel
¿Papá, me llevas a la iglesia este domingo? âSÃ, hijo, este domingo vamos. Llega el domingo y el chico de cinco años se levanta temprano entusiasmado. Papá todavÃa duerme y todo parece muy tranquilo, no se aprecia algún movimiento que indique que hay preparativos para ir a la Escuela Dominical. El pequeño enciende un rato el televisor y luego se asoma un tanto ansioso, hasta que al fin se decide entrar a la habitación de su padre. Sacudiéndolo con sus pequeñas manos, le dice: âPapá, acuérdate que me prometiste que irÃamos a la iglesia. La maestra nos dejó tarea y prometió seguirnos contando las historias bÃblicas, no me lo quiero perder, me gusta aprender de Dios. El padre que apenas lo escuchó, se espabiló un poco, y le dijo: âHijo he trabajado muy duro toda la semana, me siento muy cansado y tu mamá tiene muchas cosas que hacer: lavar, planchar los uniformes y ordenar la casa. Ya iremos el otro domingo, y para que no te quedes triste, vamos más tarde por una nieve; ponte a ver la tele un rato. El pequeño se sintió desilusionado al ver que su papá rompÃa una promesa y que, una vez más, se quedarÃa con el deseo de asistir a la Escuela Dominical.
La vida transcurre más aprisa de lo que uno tiene conciencia, y aquel pequeño se convirtió en un muchacho joven. Su cuerpo creció, en su mente comenzaron a surgir inquietudes nuevas, la necesidad de identificarse con otros, de vivir como viven todos los chicos: divertirse, aprender a conducir, tener amigos. También comenzó a experimentar nuevas sensaciones y deseos naturales a esa edad. Como todo chico, tenÃa curiosidad por probar alcohol, saber que se siente experimentar con drogas y sexo. La internet y las redes sociales le ofrecieron una plataforma muy amplia y siempre disponible, un mundo que descubrir. Tristemente él no tenÃa el criterio para discernir entre lo bueno y lo malo, y su mente se llenó de fantasÃas y deseos que buscaban resolverse.
Que necesaria es la guÃa de los padres a esa edad, el cuidado de la madre, la dirección firme y sabia de un padre que se toma el tiempo, que escucha y sabe guiar a un hijo adolescente en un mundo donde cada vez hay más riesgos y es difÃcil crecer. Este chico realmente se sentÃa distanciado de su padre y en ocasiones no se explicaba el sentimiento de rebeldÃa y de enojo que surgÃa en él cuando escuchaba el reclamo de su padre respecto a su conducta y sus deberes. El padre pensó, entonces, que la iglesia podÃa ser una buena influencia para su hijo, donde podrÃa aprender valores esenciales, establecer amistades sanas, y participar de actividades constructivas.
¿Por qué no vamos a la iglesia este próximo domingo, hijo? Creo que es algo que estamos necesitando. Papá, ârespondió el hijoâ Tengo mucha tarea, quedé de verme con unos amigos, vamos a ver el partido de futbol y la verdad papá, es que me parece de lo más aburrido. Ve tú si quieres. El padre sintió el impulso de reaccionar con enojo e imponer su decisión pero, finalmente, meditó si serÃa esa la manera como se puede interesar a un hijo adolescente en la fe. Se quedó reflexionando mientras trataba de resolver una interrogante en lo profundo de su conciencia: ¿En qué me habré equivocado?
Esta es una historia creada por el autor, cualquier parecido con la realidad no es coincidencia. Puede ser su propia historia como padre.
Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Deuteronomio 6:6-7.
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