Rodolfo del Ãngel del Ãngel
Es sorprendente como la vida misma se nos puede ir esperando el dÃa de mañana como el mejor momento para llevar a cabo lo que es preciso realizar hoy. Vivir posponiendo lo que no debe esperar es apostar a un futuro incierto que, por considerar muy próximo, damos por hecho. Tal actitud, si la consideramos seriamente, constituye una gran pretensión y una conveniente excusa para aplazar indefinidamente aquello que en realidad no tenemos la intención de llevar a cabo. En el mañana habita la felicidad a la que aspiramos y los buenos propósitos que queremos realizar; mañana es el dÃa ideal para comenzar la dieta, acercarnos a nuestros hijos, visitar a nuestros padres, reparar la fuga de agua, acudir al médico, tomar un tiempo para la oración, arreglar el testamento, comenzar un régimen de ejercicio, hacer esa llamada que hemos pospuesto indefinidamente. Y es que, difÃcilmente, cobramos conciencia del constante e irreversible paso de los dÃas.
El hecho incuestionable es que la vida es lo que está sucediendo ahora, en este instante fugaz y pasajero que corre, somos viajeros en el tiempo, el mañana no es la tierra prometida, ni el pagaré que hemos de cobrar. Esto no es, necesariamente, una mala noticia, ni un presagio sombrÃo. Todo lo contrario, el cobrar conciencia de lo pasajero de la existencia y de la maravillosa e irrepetible oportunidad que tenemos ahora para realizar lo que verdaderamente importa, es lo que hará que apreciemos el valor de cada minuto y la necesidad de vivirlo plenamente. Como dice la Escritura: "aprovechando bien el tiempo, por que los dÃas son malos" (Efesios 5:16).
El autor del Eclesiastés, un hombre que ha llegado a la edad madura, reflexiona acerca del carácter pasajero de la vida; atrás han quedado los años en los que la inconsciencia del tiempo que corre inexorablemente le llevó a malgastar los años juveniles viviendo de manera irreflexiva y superficial; ahora que los años de plenitud le aproximan al tramo final de la existencia, al fin aprendió que no hay tiempo que perder.
Con la sabidurÃa que da la experiencia escribe: "Todo lo que te venga a la mano hacer, hazlo según tus fuerzas. En el sepulcro, que es adonde vas, no hay obras ni proyectos, ni conocimiento ni sabidurÃa". (Eclesiastés 9:10) La muerte es el lÃmite infranqueable que señala la conclusión del tiempo que se nos ha concedido. Nuestra vida es semejante a una obra teatral cuya trama tiene un inicio, un desarrollo y una conclusión marcada por la caÃda del telón.
¿Cuándo habrá de concluir nuestra actuación? No lo sabemos, la obra está en proceso. Sabemos que la vida no termina con la muerte, en Cristo tenemos esperanza de resurrección, pero solo esta vida nos es concedida para realizar nuestra existencia. Nuestra estancia en el mundo es una oportunidad irrepetible y cada dÃa es una gracia, una prórroga y una nueva oportunidad que se nos concede. ¿Cómo aprovecharÃa su tiempo si este fuera su último dÃa? Sigamos el sabio consejo de nuestro Señor Jesucristo: no nos afanemos por el dÃa de mañana, el mañana, si se nos concede, traerá sus propios afanes. Hoy es el dÃa más importante. Ama, sirve y realiza tu vida hoy, deja huellas, no cicatrices.
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