Héctor de Luna Espinosa
Jesús estaba preparando a sus discípulos para la misión de predicar el evangelio, advirtiéndoles que enfrentarían persecuciones y rechazos. Sin embargo, les aseguró que no debían temer a los hombres. En Mateo 10:28 se lee: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno." Aquí, Jesús ofrece una perspectiva eterna sobre el temor. Aunque los hombres pueden causar sufrimiento físico, no tienen poder sobre lo más valioso: el alma. Solo Dios tiene la autoridad sobre la vida eterna, y este conocimiento debería inspirarnos a mantener un temor reverente hacia Él.
Enfrentamos muchas situaciones que provocan temor: críticas, rechazo social y persecución. No obstante, debemos recordar que estas son circunstancias temporales. Nuestra principal preocupación debe ser vivir en obediencia a Dios, quien tiene el control final sobre nuestra eternidad.
Es importante contrastar el temor humano con el temor a Dios. La mayoría de los temores humanos giran en torno a la pérdida de control, el dolor, la muerte o el rechazo social. Estos temores pueden paralizarnos y desviarnos de nuestra fe. En contraste, el temor a Dios es positivo. Nos lleva a una reverencia por Su santidad y justicia, reconociendo Su poder sobre el universo y nuestras vidas. Tememos a Dios no porque sea un tirano, sino porque entendemos Su autoridad y justicia.
Proverbios 1:7 nos dice que "el principio de la sabiduría es el temor del Señor." Este temor nos guía hacia la sabiduría porque nos impulsa a honrarlo y obedecerlo. Mientras que el temor humano puede alejarnos de nuestro propósito, el temor a Dios nos centra en lo eterno y nos fortalece para resistir la presión externa. Este temor no es terror ni pánico, sino una actitud de respeto y reverencia hacia Dios. Es reconocer Su grandeza, justicia y santidad.
El temor de Dios nos lleva a obedecer Su palabra, evitar el pecado y vivir con una conciencia clara ante Él. Es un temor que produce gozo y gratitud porque sabemos que estamos bajo la protección de un Dios justo.
Isaías es un ejemplo bíblico claro de este tipo de temor. Cuando vio al Señor en Su trono, dijo: "¡Ay de mí, porque estoy perdido! Pues soy hombre de labios inmundos y habito en medio de un pueblo de labios inmundos, porque mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos" (Isaías 6:5). Isaías expresó un temor reverente ante la santidad de Dios.
Otro caso es el de David, quien en los salmos expresa su temor a Dios como la clave para caminar en obediencia. Existe un gran contraste entre el temor humano y el temor divino. Mientras que el temor humano crea ansiedad y angustia, el temor a Dios genera paz y confianza. Sabemos que estamos en las manos de un Dios amoroso que no solo tiene autoridad, sino también cuidado y compasión por Sus hijos.
Filipenses 4:6-7 nos recuerda que "no debemos estar ansiosos por nada, sino orar y confiar en Dios." El temor a Dios, cuando entendemos Su soberanía, reemplaza el temor a las circunstancias. Cuando enfrentamos situaciones difíciles, debemos recordar que Dios es más grande que cualquier adversidad. Tener una perspectiva eterna nos ayuda a vivir con confianza y paz, sabiendo que estamos bajo Su protección.
Otros ejemplos bíblicos de personas que temieron a Dios incluyen a Daniel, quien, a pesar del peligro en el foso de los leones, permaneció fiel a Dios, sabiendo que debía temer más a Dios que a los hombres. También los amigos de Daniel—Sadrac, Mesac y Abed-Nego—frente a la amenaza del horno de fuego, declararon que obedecerían a Dios sin importar las consecuencias, porque su temor estaba en Dios y no en el rey. Pedro y Juan, en Hechos 4:19, respondieron a la orden de dejar de predicar en el nombre de Jesús diciendo: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres." Su temor estaba en obedecer a Dios por encima de cualquier amenaza humana.
Todos enfrentamos miedos al fracaso, a la opinión de los demás, a la incertidumbre. Pero si aprendemos a centrar nuestro temor en Dios, podemos vivir con confianza y sin la parálisis que provoca el temor humano. ¿Cómo desarrollamos este tipo de temor? A través de la oración, el estudio de la palabra y la obediencia diaria. Al recordar quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros, nuestro temor a Él se convierte en una fuente de paz y fortaleza. En lugar de temer lo que los demás piensen de nosotros o temer perder el control, podemos confiar en que Dios tiene el control y está trabajando a nuestro favor.
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