Héctor de Luna Espinosa
El apóstol Pablo nos dice en su segunda carta a los Corintios, en el capítulo 4, versículo 7: "pero tenemos este tesoro en vasos de barro para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros". Nos habla de un tesoro que fue puesto en vasos de barro. Los vasos de barro eran baratos, rompibles, frágiles y reemplazables, pero servían para muchas tareas domésticas necesarias. Algunas veces se usaban para guardar artículos valiosos como dinero, joyas o cosas importantes. Entonces, lo valioso era lo que contenían, no el contenedor en sí. "Para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros", nos dice Pablo.
Pero, ¿de qué está hablando Pablo cuando dice que tenemos un tesoro en vasos de barro? Está hablando del evangelio, de las buenas nuevas de salvación. En la antigüedad, se usaban unas lámparas baratas que se fabricaban de barro y se les ponía aceite en su interior. Estas lámparas eran utilizadas como fuente de luz. Sin esas lámparas frágiles y baratas, no había luz en la noche. Los apóstoles eran hombres frágiles como esos vasos de barro, pero Dios puso en ellos su evangelio, su revelación; puso en ellos la luz para ser difundida en todo el mundo.
Podemos encontrar también una aplicación secundaria. La iglesia está formada por hombres imperfectos, sin valor por sí mismos, frágiles y rompibles. Sin embargo, Dios dice que somos columna y baluarte de la verdad, como lo menciona en 1 Timoteo 3:15. Una columna sostiene un edificio, mientras que un baluarte es una fortaleza que protege. Así, la iglesia sostiene la verdad y la defiende públicamente contra las falsas doctrinas y el engaño del mundo. La iglesia está formada por vasos débiles, pero sin ellos no habría luz.
No debemos despreciar la luz porque venga en vasos de barro. Esos vasos son necesarios para llevar a cabo el plan de Dios. Al usar personas frágiles, Dios deja en claro que la salvación es el resultado de su poder y no de algún poder que sus mensajeros pudieran generar. El gran poder de Dios supera y trasciende la vasija de barro. La debilidad del mensajero no va en detrimento del mensaje, sino que es esencial para su transmisión exitosa.
Entonces, el tesoro, que es el evangelio de Jesucristo, está puesto en vasos de barro, es decir, en cuerpos humanos frágiles, en personas comunes como tú y como yo. Dios podría haber enviado a los ángeles para dar a conocer su mensaje de salvación o podría haber enviado a los hijos de los hombres más admirados para enseñar a las naciones, pero escogió a los vasos más humildes, más débiles, para que su poder sea altamente glorificado, obrando por el ministerio de ellos. Es la propia luz de Dios y la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios, reflejando a Jesucristo. Este es el tesoro más grande de toda la creación.
Cuando Pablo nos considera como vasos de barro, no está siendo despectivo con el cuerpo ni considerándolo como un mero recipiente del alma. En vez de eso, Pablo compara el valor de la luz de Dios y de su gloria con el valor de lo que él eligió para poner dentro: esa luz y esa gloria. Cuando comparamos, no es difícil estar asombrados de que Dios haya puesto tan gran tesoro en vasos de barro. ¿Quién es digno de ser contenedor de la luz y la gloria de Dios? La persona más inteligente no es lo suficientemente inteligente, la persona más pura no es lo suficientemente pura, la persona más espiritual no es lo suficientemente espiritual. Y de igual manera, la persona más talentosa no es lo suficientemente talentosa. Todos somos solamente vasos de barro que tienen un gran tesoro inexplicable en su interior.
Dios eligió poner su luz y su gloria en los utensilios de todos los días, no en la porcelana fina. ¿Por qué Dios pone un tesoro tan grande en vasos tan débiles? Para que la grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros, para que sea evidente para todos los que tienen ojos para ver que la obra es hecha por el poder de Dios, no por el poder del vaso. Así es que, gracias a Dios por su poder y su grandeza, que es tanta que vino a habitar entre nosotros y usarnos a pesar de lo que somos, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros. ¡Amén!
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