Sumergirse no siempre implica agua; a veces significa entrar en uno mismo. En San Luis Potosí, la laguna de la Media Luna se ha convertido en un santuario de transformación personal, un escenario donde el miedo se enfrenta con la misma serenidad con la que se controla la respiración bajo el agua. Para Oyuki Wong Villeda, este viaje comenzó con una mezcla de curiosidad, disciplina deportiva y amistad, pero terminó siendo un recordatorio profundo de lo que la naturaleza puede enseñarnos cuando decidimos escucharla desde sus entrañas.
EXPERIENCIAS QUE NACE DEL AGUA
La Media Luna, manantial icónico y sitio reconocido mundialmente por su valor geológico, paleontológico y turístico, vuelve a colocarse como punto de encuentro para quienes buscan algo más que un paseo familiar. Quienes llegan, encuentran un espejo del pasado remoto de la Tierra: formaciones, vestigios y una memoria natural que se esconde en las profundidades. Pero también hallan algo más íntimo: la posibilidad de reconocerse en un reto.
Oyuki cuenta que todo comenzó con un grupo de nadadores: "Es un grupo que... por cierto les mando muchos saludos, el grupo de mantarrayas", dice, recordando el origen de una comunidad construida en torno al agua y al hábito de encontrar paz en el movimiento. De la alberca saltaron al mar abierto, de Miramar a nuevos horizontes; y como siguiente paso, decidieron sumergirse —literalmente— en otra experiencia: el bautismo de buceo.
SEGURIDAD, RESPIRACIÓN Y CONFIANZA
El proceso para entrar en ese mundo no es improvisado. "Tomas un curso en línea... ves videos, haces un instructivo y haces un formulario de salud", explica. La formación previa es indispensable, pero no excluyente: "No tienes que ser un nadador experimentado... incluso si no sabes nadar, en la práctica tampoco requiere que sepas nadar", subraya. Lo esencial es la guía correcta y el acompañamiento de instructores certificados.
El organismo de referencia es PADI, cuyo estándar internacional garantiza la seguridad de cada movimiento bajo el agua. Este primer nivel, el Discovery Scuba Diving, permite descender hasta 12 metros, suficiente para entrar en un universo donde cada metro exige respeto y técnica: ecualizar presión, controlar ansiedad, escuchar el cuerpo.
"Cada metro haces esa ecualización... es como que la parte donde empieza a darte la ansiedad y el miedo", relata. Pero es justo ahí donde la experiencia trasciende la anécdota. En cada ajuste del oído, en cada inhalación que mantiene a flote, el buzo principiante aprende que la vida también se equilibra así: paso a paso, metro a metro.
LA BELLEZA QUE ESPERA EN EL FONDO
Una vez superada la barrera inicial, llega el asombro. "Te das cuenta de la inmensidad... de la naturaleza... la flora, la fauna, el color del agua", comparte. Las palabras suenan pequeñas frente a la magnitud del paisaje que describe: aguas turquesas, raíces sumergidas, peces que parecen suspendidos en silencio, la historia geológica de San Luis escrita en tonos azules.
Para Oyuki, la experiencia no fue solo estética, sino profundamente emotiva. Habla de "esta bendición de estar vivo", y de cómo el buceo se convierte en una forma de gratitud. Pero quizá lo más poderoso ocurrió en compañía: una amiga, Elena Trejo, llegó con miedo al agua... y regresó con una victoria personal. "Tenía mucho temor... y lo logró", narra. En esa escena, la Media Luna hace lo que pocas veces se reconoce: ayuda a sanar.
EL AGUA COMO MAESTRA
El grupo de Mantarrayas —Raúl Vega, Lila, Tanis, Yomi, Eloís, Juanita, Elena y todos los que nombró Oyuki— no solo nada por deporte. Nadan por disciplina, por bienestar y, a veces, por demostrar que el valor se aprende. Son ejemplo de que la amistad también puede ser una fuerza motriz capaz de llevar a alguien a vencer lo que creía imposible.
El buceo, así visto, ya no es un deporte extremo ni una actividad turística: es un rito. La Media Luna, un altar natural. Y Oyuki Wong Villeda, una voz que recuerda por qué vale la pena seguir explorando.
Al final, su reflexión queda como invitación: "Para toda la gente que algún día quiera experimentarlo... no se van a arrepentir". Porque en las profundidades de la laguna no solo se descubren fósiles o paisajes subacuáticos: también se descubren partes de uno mismo que, quizá, llevaban años esperando aire.
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