Rodolfo del Ãngel del Ãngel
Mi vida de fe es una lucha constante por llegar a la certeza y tal parece que nunca logro ganar esa batalla. Fluctúo entre la confianza y la incertidumbre. Muchas veces me he preguntado si les sucede de la misma manera a todos los cristianos.
La confianza tiene una base segura en la fidelidad y las promesas de Dios. Ambas son inamovibles, siempre reales y vigentes. Nosotros somos los que vacilamos debido a nuestra humana tendencia a perder la confianza y abandonar la firme roca de seguridad que es nuestro Dios.
Jesús bien sabe que asà es la experiencia humana de la fe. Ãl tiene que escuchar de nosotros con cierta frecuencia las mismas palabras que escuchó del padre de aquel muchacho atormentado que los discÃpulos no pudieron liberar: âCreo, ayuda mi incredulidadâ. Jesús habÃa reprendido a sus discÃpulos por no ejercer una fe fortalecida en la oración y en el ayuno, no obstante, me sorprende que no reconvenga al padre del muchacho por su aparente vacilación. Y es que él sabe de las luchas del alma, cómo, frente al dolor, la tragedia y la impotencia, queremos creer con todo el corazón y estar llenos de confianza, seguros de que Dios va a intervenir en nuestras vidas, pero todo lo que descubrimos es sólo el deseo de creer sin alcanzar la certeza que nos deje descansar de al fin de todos nuestros pesares y sufrimientos. Frente a esta realidad del dolor y la tragedia humana, Jesús nos mira con infinita compasión, él bien sabe que no podemos sostenernos en la fe si él no nos toma de la mano mientras damos el paso vacilante para ir a él con toda nuestra necesidad. Asà es que creer quiere decir que mientras fluctuamos entre la duda y la certeza, lo miramos a él y esperamos que él nos conceda la gracia de saber que la victoria de la fe es una gracia que se nos concede.
Asà es que el vivir la vida de fe es ir cada dÃa en dirección hacia Cristo, sabiendo que él es el autor y el consumador de nuestra fe.
Esperemos en su gracia dÃa por dÃa de tal manera que podamos decir:
Hoy voy hacÃa ti Señor, y sé que te encontraré porque tú ya estás cerca de mà lleno amabilidad y compasión para acogerme.
Hoy, en mi desesperación y necesidad, una vez más me vuelvo a ti, que eras la más inmensa y segura riqueza que poseo, porque ya te me has dado en acto de amor crucificado y haz hecho triunfar la fe con tu resurrección.
Ayúdame a comprender que todo lo demás es relativo, todo se pasa, sólo tú bastas, como dice Teresa de Jesús.
Que con mis incredulidades y deseos de creer realmente, que en medio de mis incertidumbres y sufrimientos, no tenga yo otra certeza que saber que tú eres más cierto que todas las cosas y que en todas las cosas está tú.
Y asÃ, dÃa por dÃa, concédeme vivir animado por el Ãntimo y glorioso conocimiento de que nada somos excepto por tu fidelidad eterna y tu gracia que nos asiste y nos sostiene con designio amoroso.
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