Jueves, 18 de Septiembre de 2025
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SAMUEL ROA BOTELLO
Semana del 12 de Septiembre al 18 de Septiembre de 2025

Apedreamiento

Apedreamiento

Héctor de Luna Espinosa



Entre los hebreos, el condenado era generalmente apedreado. Esta práctica se aplicaba en aquellos delitos que eran castigados con pena de muerte. Entre los que merecían esta cruel pena estaban la idolatría y otras faltas graves. El sacrificio de niños era una práctica común en las religiones antiguas. Los amonitas, vecinos de Israel, ofrecían sacrificios de niños a Moloc, que era su dios nacional. Veían esto como el regalo más grande que podían ofrecer para mantener el mal alejado y apaciguar la ira de los dioses.

Sin embargo, el Dios verdadero declaró que esta práctica era detestable y que estaba estrictamente prohibida. En Levítico capítulo 20, versículo 2, se nos dice: "Cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran en Israel, que ofreciere alguno de sus hijos a Moloc, de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará". Similar a la idolatría, era el castigo de la blasfemia, es decir, de maldecir a Dios, lo mismo para quien practicara hechicería.

En Levítico 20:27, se nos dice: "Y el hombre o la mujer que evocare espíritu de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos". Igual era para el falso ejercicio de la misión profética, también para quien indujera al pueblo a la idolatría, o en el caso de apropiarse de un objeto sagrado, o por desobediencia obstinada, entre otros motivos.

El lugar del apedreamiento o lapidación estaba a las afueras del campamento o de la ciudad. El criminal era invitado a confesar su pecado y, a continuación, uno de los testigos arrojaba una piedra grande sobre el pecho del culpable. Si este golpe no era suficiente para causarle la muerte, intervenían los demás testigos. Y si esto aún no bastaba, entonces arremetían todos los espectadores. Los ajusticiadores se quitaban la ropa para tener mayor libertad de movimiento.

La lapidación era, a menudo, un recurso al que la turba de distintas épocas recurría cuando no podía soportar el mensaje o los hechos de algún personaje. El primer mártir cristiano, Esteban, murió lapidado. En el evangelio de Juan, capítulo 8, se nos narra que los líderes judíos —escribas y fariseos— trajeron ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. La ley exigía que apedrearan a ambas personas involucradas en el adulterio. Sin embargo, como estos religiosos no respetaban en realidad la ley, llevaron solo a la mujer.

Los líderes usaron a la mujer como una trampa para hacer caer a Jesús. Si decía que no debía apedrearse a la mujer, lo acusarían de violar la ley de Moisés. Si los instaba a ejecutarla, lo acusarían ante los romanos, quienes no permitían a los judíos llevar a cabo sus propias ejecuciones.

En Juan 8:4 en adelante, se menciona que le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio, y en la ley nos mandó Moisés a apedrear a tales mujeres. Tú pues, ¿qué dices?" Más esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinándose hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Como insistieron en preguntarle, se enderezó y les dijo: "El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella". E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.

Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los más jóvenes. Y quedó solo Jesús y la mujer, que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?" Ella dijo: "Ninguno, Señor". Entonces Jesús le dijo: "Ni yo te condeno; vete y no peques más".

Cuando Jesús dijo: "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella", nos da dirección respecto a cómo juzgar a los demás. Como Jesús ratificó el castigo aplicable al adulterio, no fue posible acusarlo de estar en contra de la ley. Pero al decir que solo quien estuviese libre de pecado podía arrojar la primera piedra, destacó la importancia de la compasión y el perdón.

Cuando se descubre a otros en pecado, ¿eres tú rápido para emitir un juicio? Hacerlo equivale a actuar como si nunca hubieses pecado. Es Dios el que debe juzgar, no nosotros. A nosotros nos toca mostrar perdón y compasión. Jesús no condenó a la mujer acusada de adulterio, pero tampoco pasó por alto su pecado. Le dijo que abandonara su vida de pecado.

Jesús está dispuesto a perdonar cualquier pecado que haya en tu vida. Pero la confesión y el arrepentimiento implican un cambio de corazón. Con la ayuda de Dios, podemos aceptar el perdón de Cristo y poner fin a nuestras malas obras.

Acompáñame a orar:

Dios, reconozco que hay muchas fallas en mí. Te pido perdón por mis errores, te pido que borres mis pecados. Sé mi Señor y Salvador. Jesús, gracias por tu amor y misericordia derramados sobre mi vida. Gracias por darme una nueva oportunidad. Amén.

 


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