Ricardo Ravelo / analista
La guerra interna dentro del Cártel de Sinaloa no es un asunto menor ni se trata de simples disputas entre criminales. Lo que ocurre hoy en esa organización —la más poderosa del continente— refleja, en realidad, el grado de podredumbre y complicidad que atraviesa al Estado mexicano y que mantiene al país en una espiral de violencia sin freno.
El enfrentamiento entre las facciones de la "chapiza" y la "mayiza" se detonó tras la entrega de Ismael "El Mayo" Zambada a autoridades estadounidenses, un hecho que no fue fruto del azar ni de una operación quirúrgica de inteligencia, sino de una traición pactada en los más altos niveles políticos.
De acuerdo con información sensible, la captura del Mayo ocurrió después de que este acudiera a una reunión en la finca de Joaquín Guzmán López, uno de los hijos del Chapo. Lo que parecía un encuentro para discutir negocios terminó siendo una emboscada: militares, agentes armados y presuntos elementos extranjeros lo sometieron, lo maniataron y lo trasladaron a una pista clandestina, desde donde fue enviado a Texas junto con Guzmán López.
Este operativo —del que existen testimonios y documentos— no habría sido posible sin la participación del gobernador Rubén Rocha Moya, quien, según fuentes consultadas, fue quien convocó al Mayo y a otros personajes a la cita, aunque él mismo decidió no presentarse. El resultado fue la entrega pactada de uno de los capos más longevos y poderosos, lo que desató una guerra intestina que hoy desangra a Sinaloa y amenaza con expandirse a otras regiones del país.
EL FRACASO DE LOS "ABRAZOS, NO BALAZOS"
La estrategia de "abrazos, no balazos" del gobierno de Andrés Manuel López Obrador se muestra como lo que siempre fue: un discurso vacío que sirvió para encubrir la complacencia hacia los grupos criminales. Morena, desde el poder, no solo toleró, sino que aprovechó la estructura del crimen organizado para asegurar triunfos electorales en estados clave. Esa alianza silenciosa se tradujo en impunidad, expansión del narco y control territorial en vastas regiones del país.
La impunidad en México alcanza niveles alarmantes: 99% de los delitos no se castigan. Este vacío de justicia es el caldo de cultivo perfecto para que el crimen organizado se fortalezca, opere con descaro y ahora, incluso, dirima sus conflictos a través de guerras abiertas que involucran masacres, desapariciones y el control de comunidades enteras.
LA PRESIÓN ESTADOUNIDENSE Y EL FENTANILO
Lo que hoy se percibe como acciones contundentes contra el narco —detenciones de altos funcionarios, destrucción de laboratorios, extradiciones— no es producto de una estrategia nacional genuina, sino de la presión creciente de Estados Unidos. El fentanilo, droga que se produce en México con precursores químicos provenientes de China, se ha convertido en una crisis de salud pública para el vecino del norte.
Donald Trump, durante su mandato, ya había acusado oficialmente al gobierno mexicano de proteger a las organizaciones criminales. Desde entonces, Washington ha considerado a los cárteles mexicanos como grupos terroristas y ha exigido medidas más duras. La presión hoy se mantiene, y si México no ofrece resultados tangibles, las represalias económicas podrían ser devastadoras: aranceles de hasta 30% a las exportaciones mexicanas, entre otras medidas.
LA ESTRUCTURA POLÍTICA CRIMINAL
El gran problema no radica únicamente en la capacidad militar de los cárteles, sino en la estructura política que los protege y les permite operar. Gobernadores, legisladores, funcionarios de alto nivel y hasta mandos militares han tejido una red que da cobijo al narcotráfico. Esta estructura, altamente rentable para fines políticos, es la que explica por qué ningún gobierno —ni priista, ni panista, ni morenista— ha logrado pacificar al país.
La reciente detención de un almirante ligado al huachicol y al fentanilo, de la cual dará detalles Omar García Harfuch, parece enviar un mensaje de firmeza. Pero si estas detenciones no alcanzan a la clase política que realmente respalda estas redes, todo quedará en un espectáculo mediático, insuficiente para frenar la violencia.
LA GUERRA
La fractura en el Cártel de Sinaloa tiene consecuencias profundas. Por un lado, la "chapiza" —los hijos del Chapo— busca consolidar su control territorial y de negocios, recurriendo a la violencia extrema como herramienta de legitimidad. Por otro, los leales al Mayo Zambada —la "mayiza"— ven en la traición una afrenta que no se puede dejar impune. Esta disputa ha dejado ya enfrentamientos armados, ejecuciones selectivas y un ambiente de zozobra en comunidades donde el Estado brilla por su ausencia.
En este contexto, no hay que perder de vista que lo que ocurre en Sinaloa se refleja en otros estados: Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, Zacatecas, Michoacán. El mapa nacional está salpicado de disputas similares que, en conjunto, configuran un país incendiado.
LOS LIBROS Y LA MEMORIA DEL CRIMEN
Próximamente se presentarán dos libros que documentan con rigor estos temas: Fentanilo: la era diabólica de las drogas químicas y La cuarta transformación del crimen organizado, este último escrito en coautoría con el periodista José Luis Montenegro. Ambos materiales recogen testimonios, documentos y análisis que exponen cómo el narco se convirtió en un actor político más dentro de la vida nacional.
México no vive una guerra entre cárteles aislados, sino una guerra que revela la profunda crisis del Estado, corroído por la corrupción, sometido por el crimen y presionado por Estados Unidos. La traición al Mayo Zambada no es solo un episodio criminal, sino una ventana que permite observar la crudeza de la política mexicana y el verdadero rostro de un país que, entre abrazos y balazos, se desangra sin remedio.
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