Jueves, 18 de Septiembre de 2025
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Semana del 12 de Septiembre al 18 de Septiembre de 2025

70 años después, la memoria de un Tampico bajo el agua

70 años después, la memoria de un Tampico bajo el agua

Miguel Hernández



Han pasado siete décadas, pero la memoria sigue viva. En 1955, Tampico y gran parte de la región huasteca vivieron uno de los episodios más dramáticos de su historia: tres huracanes consecutivos —Gladys, Hilda y Janet— azotaron el noreste de México en menos de un mes, dejando tras de sí un saldo devastador de muertes, destrucción e historias que aún estremecen a quienes las cuentan.

Todo comenzó el 3 de septiembre, cuando el huracán Gladys trajo fuertes lluvias que anunciaban lo que estaba por venir. Apenas la población comenzaba a recuperarse cuando, el 19 de septiembre, Hilda golpeó con vientos superiores a los 240 kilómetros por hora. La mayoría de las casas de Tampico y Madero eran de madera: techos arrancados, muros derribados, viviendas enteras arrastradas por la fuerza del viento. Familias enteras amanecieron en la calle, con sus hogares convertidos en escombros.

Pero lo peor aún estaba por llegar. El 30 de septiembre, Janet terminó por inundar a la región. Lo que no habían destruido los vientos, lo sepultó el agua. El río Pánuco desbordado convirtió a Tampico en un mar interior. Calles enteras desaparecieron bajo el agua; las rancherías quedaron incomunicadas; Ciudad Valles, en la Huasteca potosina, prácticamente se borró del mapa al inundarse hasta su plaza principal. El norte de Veracruz, desde Pánuco hasta Pueblo Viejo, también quedó bajo el agua.

UN DESASTRE DE PROPORCIONES HISTÓRICAS
Los testimonios recogidos de aquella época son estremecedores. Casas arrastradas a media calle, familias refugiadas en las casas de parientes, gente que lo perdió todo en cuestión de horas. Los periódicos publicaban diariamente listas de desaparecidos: "¿Ha visto a mi hijo?", "¿Ha visto a mi marido?". Los cálculos de víctimas fatales en la zona sur de Tamaulipas rondan las 5,000 personas, aunque nunca se estableció una cifra oficial.

El entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines recorrió la zona para anunciar medidas de reconstrucción y levantar los ánimos de una población devastada. Pero la magnitud del desastre era tal que la ayuda nacional resultaba insuficiente. Fue entonces cuando llegó un apoyo inesperado y decisivo: la llamada Operación Amistad.

OPERACIÓN AMISTAD: UNA INTERVENCIÓN HUMANITARIA SIN PRECEDENTES
Por primera vez en la historia reciente, Estados Unidos desplegó un operativo de ayuda en territorio mexicano. Portaviones se instalaron en el Golfo de México y, desde ahí, helicópteros —tecnología entonces novedosa, utilizada hasta ese momento principalmente en la Guerra de Corea— realizaron rescates aéreos y trasladaron víveres a las comunidades incomunicadas.

El contralmirante Edward Miles encabezó la misión, que incluyó veteranos de la Segunda Guerra Mundial y un puente aéreo humanitario que llevó agua, medicinas y alimentos a miles de damnificados. Para muchos, aquella intervención significó la diferencia entre la vida y la muerte.

Lejos de una invasión armada, como la de 1914, esta vez Estados Unidos dejó una huella de solidaridad. La Operación Amistad es recordada como un momento en que la cooperación internacional mostró su rostro más humano.

EL NACIMIENTO DE LA PROTECCIÓN CIVIL EN MÉXICO
Las lecciones fueron claras. El desastre de 1955 evidenció que México carecía de protocolos de prevención y respuesta ante fenómenos de tal magnitud. A raíz de esas experiencias, el gobierno comenzó a implementar obras de protección, bordos y esclusas para contener las aguas.

Años después, en 1966, tras el impacto del huracán Inés, se formalizó el Plan DN-III, el programa de auxilio a la población en casos de desastre que hasta hoy representa la principal estrategia de protección civil en el país.

En palabras simples, el sufrimiento de miles de familias en 1955 se convirtió en el origen de una política de prevención que salvó vidas en catástrofes posteriores.

UNA MEMORIA QUE SIGUE VIVA
Los habitantes de Tampico y la Huasteca no olvidan. En las paredes de algunos edificios aún se conservan marcas que señalan el nivel que alcanzó el agua. En la estación de ferrocarriles, en el centenario edificio Ordórica y en varias calles de Altamira, esas huellas permanecen como cicatrices urbanas que recuerdan lo que fue una de las inundaciones más grandes del mundo en su época.

La comparación con el huracán Katrina en Nueva Orleans es inevitable. Muchos historiadores sostienen que lo ocurrido en Tampico fue, en proporción, igual o incluso más devastador, considerando la infraestructura y el alcance de los sistemas de apoyo de la época. Hoy, con ciudades más densamente pobladas, un evento similar tendría consecuencias catastróficas.

LECCIONES PARA EL PRESENTE
Setenta años después, las nuevas generaciones deben conocer esta historia no solo como una anécdota trágica, sino como una advertencia. La naturaleza tiene la capacidad de recordarnos nuestra fragilidad. La prevención, la planeación urbana y la cultura de la protección civil no son lujos, son necesidades vitales.

Los huracanes Gladys, Hilda y Janet no solo devastaron una región: transformaron la manera en que México entendió la gestión de riesgos y la necesidad de cooperación internacional. Fueron la semilla de un país más consciente de su vulnerabilidad y de la importancia de estar preparados.

Recordar aquellos días es un ejercicio de memoria y también de responsabilidad. Porque si algo enseñó 1955 es que frente a la fuerza descomunal de la naturaleza, lo único que puede salvar vidas es la previsión, la solidaridad y la acción inmediata.

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