Héctor de Luna Espinosa
El apóstol Pablo escribió su primera carta para animar y fortalecer a los creyentes que enfrentaban pruebas y persecución bajo el emperador Nerón en gran parte del primer siglo. En ese entonces, la persecución no era la regla en todo el Imperio romano; los soldados no buscaban a los cristianos para torturarlos. Sin embargo, los cristianos podían esperar persecución social y económica de tres fuentes principales: los romanos, los judíos y sus propios familiares. Todos enfrentarían situaciones adversas; algunos serían hostigados, otros torturados e incluso condenados a muerte.
En primer lugar, los romanos representaban una fuente importante de persecución. Si los cristianos se negaban a adorar al emperador, a inscribirse en el ejército o si participaban en disturbios civiles, podían ser castigados por las autoridades civiles. En segundo lugar, muchos judíos no querían que se les asociara legalmente con los cristianos. Como se menciona en los Hechos de los Apóstoles, los judíos a menudo maltrataban a los cristianos, los expulsaban de las ciudades o trataban de poner en su contra a los funcionarios romanos. Saulo, quien más tarde se convertiría en el gran apóstol Pablo, fue al principio un perseguidor judío de los cristianos. Por último, otra fuente de persecución venía de los propios familiares de los cristianos. Bajo la ley romana, la cabeza del hogar tenía autoridad absoluta sobre todos sus miembros, salvo que él mismo fuera cristiano. Así, los cristianos podían enfrentar un sufrimiento extremo por parte de quien fungía como cabeza de hogar. Si eran expulsados, no encontrarían refugio salvo en la iglesia, y si eran golpeados, ningún tribunal defendería sus derechos.
Esta primera carta de Pedro pudo haberse escrito principalmente para los nuevos cristianos y para aquellos que planeaban bautizarse. Era necesario advertirles sobre lo que tenían por delante, y necesitaban las palabras de aliento de Pedro para poder enfrentar esa experiencia. Esta carta sigue siendo de gran ayuda para los cristianos que enfrentan pruebas en la actualidad. Muchos discípulos de Cristo en todo el mundo viven bajo gobernantes mucho más represivos que el Imperio romano del primer siglo. En todas partes, los cristianos son sujetos a malos entendidos, ridiculizados e incluso hostilizados por amigos incrédulos, empleadores y hasta por miembros de su propia familia. Nadie está exento de catástrofes, dolor, enfermedad y muerte, pruebas que, al igual que la persecución, nos hacen depender completamente de la gracia de Dios.
El tema central de esta carta es la esperanza. Las palabras escritas por Pedro en el capítulo uno, versículos tres al siete, nos recuerdan que "bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando se ha manifestado Jesucristo."
Así como se calienta el oro para que suban las impurezas y se puedan quitar, nuestras pruebas, dificultades y persecuciones también fortalecen nuestra fe y nos hacen más útiles para Dios. Debemos aceptar las pruebas como parte del proceso de refinamiento, que consume las impurezas y nos prepara para nuestra reunión con Cristo.
Finalmente, te invito a que me acompañes en oración: "Señor, ayúdanos a ver que las pruebas que enfrentamos en el presente son solo pasajeras, no eternas, y que a través de ellas nos vas purificando y perfeccionando. Sin embargo, la herencia que nos has prometido, la cual tenemos reservada en los cielos, es eterna; no puede ser destruida, ni mancharse, ni marchitarse. Gracias, Señor Jesús, por tus promesas. Amén."
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