El verdadero problema es todo aquello que los provocó.
El final del 2025 exhibe, con brutal claridad, la profunda desconexión entre el discurso oficial y la realidad que viven millones de mexicanos. Mientras se repiten promesas de inversión, prioridad y compromiso con la educación, el país entero observa cómo sus universidades públicas se desmoronan por falta de recursos. No es un fenómeno aislado: más del 90% de las instituciones de educación superior enfrentan quiebras técnicas, deudas crecientes y una dependencia humillante del presupuesto federal. Es imposible hablar de "autonomía universitaria" cuando deben mendigar cada peso para operar.
¿Cómo pedir excelencia académica sin garantizar lo mínimo? ¿Cómo celebrar matrículas crecientes si no hay presupuesto que las sostenga? Las universidades no pueden innovar, no pueden crecer, no pueden competir. El país parece haber renunciado a la idea de que la educación superior es el motor del desarrollo. Y mientras tanto, se exige a los jóvenes que compitan en un mundo cada vez más complejo, sin las herramientas que merecen.
SALUD: EL ESPEJO MÁS CRUDO DEL FRACASO
Si la educación está mal, la salud está peor. El discurso triunfalista de altos funcionarios presume un supuesto 97% de abasto de medicamentos. Basta un solo día de preguntar a la ciudadanía para que ese número se desplome bajo el peso de cientos de testimonios reales: personas sin tratamientos, pacientes que llevan meses esperando estudios porque "no hay reactivos" y enfermos crónicos que han visto deteriorarse su salud por la falta de insumos básicos. ¿De qué sirve un sistema de salud que no puede garantizar ni paracetamol?
La realidad golpea más fuerte en enfermedades graves. El cáncer, por ejemplo, se convirtió en una sentencia más dura dependiendo del código postal. Quien enferma en estados como San Luis Potosí enfrenta menor probabilidad de sobrevivir que alguien atendido en centros metropolitanos con recursos. Es una lotería injusta que condena a quienes viven lejos de los grandes hospitales.
En ese contexto, la eliminación de programas comunitarios como el de parteras tradicionales representa un error monumental. Ellas no solo atendían nacimientos: cuidaban, acompañaban, prevenían. Su desaparición no llevó a las mujeres a los hospitales; las dejó sin apoyo.
Y el golpe final: el auge de consultorios privados adyacentes a farmacias y laboratorios particulares saturados. La política de salud actual, quiera o no aceptarse, terminó privatizando la atención a través de la saturación y el abandono del sistema público.
BLOQUEOS, HARTAZGO Y EL MÉXICO BRONCO
La ciudadanía ha encontrado en los bloqueos carreteros y en las manifestaciones la única vía para hacerse escuchar. No se trata de caprichos, sino de un país que ha agotado todas las demás opciones. En días recientes, México se ha enfrentado a decenas de protestas simultáneas: carreteras tomadas, ciudades paralizadas y un descontento que crece sin que nadie en el poder quiera leerlo.
El país está al borde de la convulsión. Los campesinos, por ejemplo, viven una crisis estructural que se agravó con el debate apresurado sobre la nueva Ley de Aguas. Mientras las narrativas oficiales se enfocan en "los acaparadores", se invisibiliza lo esencial: el campo está muriendo. No hay infraestructura, no hay apoyo, no hay mano de obra joven y no hay seguridad. Se está empujando a los jóvenes a dos caminos: el crimen organizado o la migración laboral. Difícil competir con un futuro que no existe.
El agua, tema vital para la agricultura, se convirtió en un terreno de disputa ideológica. Se discuten reformas desde escritorios donde no se cultiva ni una maceta, mientras el campo pierde capacidad productiva y la cadena alimentaria del país se debilita.
POLÍTICA SIN MORAL
La escena nacional revela una clase política sin códigos éticos, ocupada en pleitos, insultos y amenazas mientras el país arde. Lo ocurrido en el Congreso —gritos, burlas, listas negras, acusaciones cruzadas— evidencia que nadie tiene autoridad moral para reclamar. Todos han marchado, todos han bloqueado, todos han incendiado el debate público cuando les ha convenido. Hoy, cuando la ciudadanía replica esas estrategias, desde el poder se las condena.
La soberbia se ha vuelto política pública. La prudencia es excepción. Y en ese desastre, solo uno que otro funcionario mantiene oficio suficiente para evitar que las tensiones escalen aún más. Lo preocupante es que el país no puede depender de chispazos de sensatez aislados.
EL DOLOR QUE SE ACUMULA
México está frente a una tormenta perfecta: universidades quebradas, hospitales sin insumos, campesinos en crisis, jóvenes sin futuro, ciudadanos sin voz institucional, un Congreso incendiado y un gobierno que se niega a escuchar. Cada sector grita por separado, pero todos describen el mismo fenómeno: un país que ha dejado de priorizar lo esencial.
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