Semana del 30 de Mayo al 05 de Junio de 2025

La educación en San Luis Potosí: Adversidad, nostalgia y omisión gubernamental

La educación en San Luis Potosí: Adversidad, nostalgia y omisión gubernamental

Si bien es cierto que en la adversidad se forjan caracteres, también es verdad que en la dignidad florecen los talentos. Y nuestros niños no merecen menos que eso.

En el corazón de la Huasteca potosina, donde el calor puede derretir el asfalto y las anécdotas de lucha personal son moneda corriente, se revela una dolorosa verdad: en pleno 2025, hablar de escuelas en San Luis Potosí es hablar de abandono, de burocracia inoperante y de un sistema educativo que, a pesar de los discursos oficiales, sigue dependiendo de la voluntad individual más que de políticas públicas sostenidas.

Esto parte de un gesto aparentemente trivial: recordar la experiencia escolar en aulas abarrotadas, sin ventilación, con pupitres prehistóricos y calor de más de 45 grados. Pero tras ese tono distendido emerge una denuncia poderosa: el sistema educativo estatal está atrapado en el tiempo, y lo peor es que parece que a nadie le urge sacarlo de ahí.

Sí, hay generaciones que lograron salir adelante a pesar de los pesares. Y sí, algunos planteles han evolucionado gracias a la gestión de directores comprometidos o comunidades organizadas.

Lo más alarmante es que, en vez de poner sobre la mesa una estrategia estatal clara para renovar la infraestructura educativa, el discurso institucional se entretiene con eufemismos como "La Escuela es Nuestra" o proyectos que se quedan en el papel. La realidad es que muchas escuelas en la Huasteca —y más allá— no cuentan con lo mínimo indispensable: techos firmes, pisos dignos, baños funcionales o acceso al agua potable.

¿Cómo se puede hablar de calidad educativa cuando los estudiantes tienen que pedir permiso en casas vecinas para poder usar un baño? ¿Qué aprendizaje puede florecer en un aula donde el calor rebasa los 40 grados y no hay ni siquiera un ventilador funcionando? ¿De qué sirve que la SEP hable de educación inclusiva si hay escuelas sin rampas, sin accesibilidad y sin condiciones básicas de higiene?

Más preocupante aún es el bloqueo técnico-burocrático que impide modernizar estos planteles. El caso de los aires acondicionados es paradigmático: muchas escuelas, incluso aquellas que han logrado adquirirlos, no pueden usarlos porque la infraestructura eléctrica no lo permite. Las gestiones para actualizar el suministro energético están detenidas entre la CFE y la SEGE, que se lanzan la bolita mientras los niños se deshidratan en los salones.

No se trata solamente de temperaturas extremas. Se trata de una falta de voluntad institucional para reconocer la emergencia educativa que vive el estado. Porque no es normal que haya planteles con pupitres de hace 30 años ni que los trámites para cambiar el voltaje tarden meses, incluso años. No es normal que los padres tengan que organizarse para pintar, impermeabilizar o gestionar lo que el gobierno debería garantizar como derecho.

Y sin embargo, lo más triste es que muchos todavía justifican esta parálisis apelando a la "generación de cristal", esa etiqueta que pretende invalidar las demandas legítimas de una juventud que ya no quiere conformarse con menos. Porque no, no es debilidad exigir aulas frescas, baños limpios y agua potable. No es flojera reclamar condiciones que permitan estudiar dignamente.

Tampoco se trata de negar que la disciplina es importante, ni que el esfuerzo personal sigue siendo un valor esencial. Pero no podemos seguir utilizando nuestra historia de carencias como excusa para no cambiar nada. Lo que nos hizo fuertes no debería repetirse como método educativo. Lo que sufrimos debería servir para construir algo mejor, no para perpetuar la precariedad.

El sistema educativo potosino necesita una transformación de fondo. No más parches, no más simulaciones. Se requiere una política decidida, coordinada entre gobierno estatal, CFE, SEGE y municipios, para modernizar las escuelas públicas, garantizar instalaciones dignas y eliminar las barreras que impiden el aprendizaje.

Lo que se deja entrever no es solo un anecdotario nostálgico. Es un retrato sin filtros del fracaso institucional, de la normalización del abandono y de una ciudadanía que, a pesar de todo, sigue luchando por una educación que esté a la altura de los tiempos. Porque al final del día, el calor no debería ser una penitencia, y la escuela nunca debería ser un castigo.

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