Héctor de Luna Espinosa
Cesarea de Filipo se hallaba a varios kilómetros al norte del Mar de Galilea, en el territorio gobernado por el tetrarca Felipe. La influencia de las culturas griega y romana se notaba por todas partes, y los templos e ídolos romanos abundaban por doquier.
En Mateo 16, versículo 13 en adelante, se nos habla de que Jesús fue a esa región de Cesarea de Filipo y preguntó a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?". Ellos respondieron: "Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
Entonces Jesús les dijo: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Respondiendo Simón Pedro, dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Entonces le respondió Jesús: "Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos".
Los discípulos contestaron la pregunta de Jesús desde el punto de vista común de la gente: que Jesús era uno de los grandes profetas que había resucitado. Esta creencia pudo haber tenido su raíz en Deuteronomio 18:18, donde Dios promete levantar un profeta de entre el pueblo. Por eso, algunos decían que Jesús era Juan el Bautista, otros que era Elías, Jeremías, o algún otro profeta.
La tendencia general en todas estas respuestas era subestimar a Jesús: darle una medida de respeto y honor, pero no llegar a reconocerlo por quien realmente es. Estaba bien para los discípulos saber lo que otros pensaban de Jesús, pero él necesitaba preguntarles a ellos, como individuos, qué creían realmente: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?".
Esta es la pregunta que se hace a todos los que escuchan de Jesús. Y somos nosotros, no él, quienes somos juzgados por nuestra respuesta. De hecho, respondemos esta pregunta todos los días a través de lo que creemos y hacemos. Si realmente creemos que Jesús es quien dice ser, eso afectará la forma en que vivimos.
Pedro, sin embargo, confesó que Jesús era divino y el tan esperado Mesías: "Tú eres el Cristo", dijo Pedro, "el Hijo del Dios viviente". Pedro sabía cuál era la opinión de la multitud, aunque no era precisa. Jesús era mucho más que Juan el Bautista, Elías o algún profeta. Era más que un reformador nacional, más que un obrador de milagros, más que un profeta. Jesús es el Cristo, el Mesías.
Podemos suponer que este fue un entendimiento al que Pedro y los otros discípulos llegaron con el tiempo. Al principio, fueron atraídos a Jesús por ser un rabí remarcable e inusual. Se comprometieron a él como sus discípulos y estudiantes, como se practicaba en ese tiempo. Sin embargo, con el tiempo, Pedro —y presumiblemente los otros discípulos— entendieron que Jesús era, de hecho, no solo el Mesías, el Cristo, sino también el Hijo del Dios viviente.
Concluyo invitándote a reflexionar lo siguiente: si Jesús te hubiera hecho la misma pregunta, ¿qué hubieras respondido? ¿Es él tu Señor y Mesías?
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