Héctor de Luna Espinosa
El anciano profeta Habacuc escribió palabras relevantes y veraces en el primer capítulo de su profecía. En Habacuc 1:3–4 leemos: "¿Por qué me haces ver iniquidad y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la ley es debilitada y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia".
El autor de estas palabras murió hace siglos, pero cuánta vida tienen aún sus enseñanzas. Si estás al tanto de lo que sucede en el mundo que nos rodea, sabes lo actuales que resultan. El criminal es ahora visto como un héroe incomprendido y maltratado, mientras que la víctima es señalada como un sádico egoísta que decide presentar cargos por intolerancia o confusión.
Los hechos fríos y duros se suavizan y se distorsionan mediante la manipulación de palabras por hábiles peones políticos. La sala del tribunal se asemeja más a un escenario lleno de actores que compiten por protagonismo que a una digna cámara de ley y orden. Jueces y jurados pueden ser comprados, sobornados, persuadidos o cortejados si se les da suficiente tiempo en la olla de presión legal.
Los miembros del jurado, que antes permanecían anónimos en nombre de la imparcialidad, ahora aparecen en programas de entrevistas. Recordemos el famoso cuento de Caperucita Roja. Si ocurriera hoy, el desenlace sería distinto: tras el heroico rescate de Caperucita por parte del leñador, quien mató al lobo que había devorado a la abuela, se abriría una investigación.
Se revelaría que el lobo no fue informado de sus derechos antes de su ejecución. Organizaciones de derechos animales argumentarían que, aunque matar y comerse a la anciana fue un acto de mal gusto, el lobo simplemente estaba hambriento y no merecía morir. El juez entonces desestimaría los cargos contra el lobo y condenaría al leñador por agresión, enviándolo a prisión por 99 años.
Un año después, la cabaña de la abuela sería convertida en santuario en memoria del "valiente lobo martirizado". Ya en serio, la injusticia no tiene nada de gracia. La Biblia habla mucho sobre este tema. Sabemos que Dios está a favor de la justicia y en contra de la injusticia, incluso en sus formas más básicas.
El libro de Proverbios declara: "Abominación son al Señor las pesas falsas, y la balanza falsa no es buena". La justicia es un fundamento del trono de Dios, y Él no aprueba la parcialidad ni los sistemas torcidos. Isaías vivió en un tiempo de gran injusticia en Judá: "El derecho se retiró y la justicia se puso lejos, porque la verdad tropezó en la plaza y la equidad no pudo venir".
El mensaje de Dios para ellos era claro: aprender a hacer el bien, buscar el juicio, restituir al agraviado, hacer justicia al huérfano y amparar a la viuda. También ordenó soltar las cargas de opresión, mostrando que la injusticia es una forma de esclavitud.
Por causa de la caída, todo ser humano es injusto. Cometemos errores, actuamos de manera incongruente y decimos cosas contradictorias. Como dice Santiago: "Todos ofendemos muchas veces". La injusticia impregna nuestras vidas cuando juzgamos a otros con normas que nosotros mismos no cumplimos.
La única forma de escapar de la injusticia es reconocer que Dios es perfectamente justo y que los seres humanos, por naturaleza, somos imperfectos. Jesús, en cambio, es totalmente justo y no hay injusticia en Él. Gracias a su perfección, puede otorgarnos la verdadera justicia.
Esperamos el día en que la rectitud y la justicia gobiernen, y la injusticia sea desterrada para siempre. Isaías profetizó un futuro esperanzador al hablar del Mesías, el Señor Jesucristo: "Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto" (Isaías 9:7).
Amén.
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