Este país ya no puede seguir mirando hacia otro lado mientras miles de mujeres buscan a sus hijos con las manos.
En un país donde la desaparición forzada ha dejado de ser una anomalía para convertirse en una cruel normalidad, la voz de Ceci Flores, fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora, resuena como un eco de miles de mujeres que, con pico y pala, han hecho del desierto su última esperanza. Esta semana, algo cambió. Por primera vez en años, una puerta se abrió en Bucareli. Y no es metáfora.
La nueva administración encabezada por Claudia Sheinbaum parece estar trazando un viraje en la política de atención a víctimas. Por instrucciones de la presidenta, la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, sostuvo un encuentro con integrantes del colectivo que encabeza Flores, quienes han emprendido la búsqueda de sus hijos en una soledad institucional que duele, quema y marca.
"Por lo menos ya estamos siendo escuchadas", expresó Ceci Flores con una mezcla de alivio y escepticismo. No hay júbilo, no hay celebración. Lo que hay es un tímido destello de esperanza en medio de años de indiferencia, de criminalización, de puertas cerradas y discursos que minimizan. "No todos los desaparecidos son delincuentes", sentenció Flores con firmeza. "Y aunque lo fueran, siguen siendo humanos".
Su exigencia es clara: dignidad, seguridad y acompañamiento. No piden dinero, ni privilegios, ni favores. Piden lo que debería ser un derecho: ser escuchadas, protegidas, respaldadas por un Estado que, en teoría, debería haberlas evitado el infierno que hoy enfrentan.
El encuentro con Rosa Icela Rodríguez no fue un acto de protocolo. Fue un momento cargado de humanidad. "Se quitó su membrete de secretaria y nos vio como madres", relata Flores. En un instante, cuando una de sus compañeras se quebró en llanto, la funcionaria se levantó, la abrazó y le prometió apoyo. "Tiene un nieto enfermito —nos dijo— y nunca quisiera estar en nuestro lugar".
Ese gesto puede parecer simple, pero en el contexto de la lucha de estas mujeres, es un símbolo. Porque hasta ahora, lo que más ha dolido no solo es la pérdida, sino la indiferencia. Las Madres Buscadoras han enfrentado más obstáculos de parte de las autoridades que de la naturaleza o el crimen organizado. "Nos ven como estorbo, como locas con palas, como mujeres que deben quedarse calladas", han dicho en múltiples ocasiones.
El contraste con el sexenio anterior es brutal. Durante seis años, no hubo puertas abiertas ni manos tendidas. Solo silencio, omisiones y una narrativa oficial que tachó a los desaparecidos de "enemigos del pueblo". Hoy, al menos, hay un cambio de tono. "No queremos mejoraditos. Queremos realidades", dice Ceci Flores con firmeza. Porque no basta con escuchar. Hay que actuar.
Uno de los puntos más importantes que plantearon ante la Secretaría de Gobernación fue el papel de las fiscalías y comisiones de búsqueda. En muchos casos, han sido cómplices del olvido. "Nos dan el avión", denuncia Flores. No dan seguimiento, no investigan, no acompañan. Solo archivan casos o, en el peor de los escenarios, se niegan a abrirlos. "Si no pueden o no quieren hacer su trabajo, que se vayan", dice la activista. Y Rosa Icela Rodríguez coincidió: "Nadie es indispensable".
Esa frase, tan breve, tan contundente, puede marcar el inicio de una transformación si es respaldada por acciones. Las víctimas necesitan funcionarios sensibles, pero también eficaces. Las Madres Buscadoras no están dispuestas a esperar años. Ellas siguen cavando, buscando, exigiendo. "Yo no me quedo a esperar. Sigo luchando", advierte Ceci Flores.
Y no es solo una lucha por encontrar a sus hijos. Es también una cruzada por visibilizar la tragedia humana que deja tras de sí cada desaparición: niños huérfanos, familias rotas, comunidades llenas de miedo. "Los huérfanos están pagando culpas que no les corresponden", dice con voz firme. "Exigimos justicia para los que se quedaron, para los que esperan, para los que no entienden por qué su mamá ya no sonríe".
La tragedia de Rancho Isaguirre en Jalisco —una de las últimas fosas clandestinas localizadas— marcó un antes y un después en este tema. La dimensión del horror ahí descubierto obligó al Estado a reaccionar. Y en ese contexto, las Madres Buscadoras han logrado lo que parecía imposible: ser escuchadas no solo como víctimas, sino como interlocutoras válidas.
Ahora, el reto está en el Congreso. Las reformas legislativas para fortalecer los mecanismos de búsqueda y protección a víctimas siguen empantanadas en disputas políticas. "Esperamos que se pongan de acuerdo y actúen en favor de los desaparecidos", exige Flores.
Porque sí, la desaparición forzada puede tener rostros, nombres, cifras. Pero en el fondo, es un abismo al que cualquiera puede caer. "Nadie está exento", advierte la fundadora del colectivo. Por eso su voz, su rabia y su esperanza deben ser escuchadas con seriedad.
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