Raymundo Ramos
Mientras no haya justicia real, ningún artista —ningún ciudadano— podrá caminar en paz por las calles de su país.
La tragedia del Grupo Fugitivo no es sólo una más en la larga lista de crímenes impunes en México. Es el retrato crudo de un país donde la vida humana vale poco y la justicia vale aún menos. En Reynosa, Tamaulipas, cinco jóvenes artistas fueron citados para tocar en lo que parecía una noche más de trabajo. Nunca regresaron. Días después, sus cuerpos calcinados fueron abandonados como basura en un terreno baldío.
Cuatro eran músicos. El quinto, el fotógrafo del grupo. El único sobreviviente fue Carlos, uno de los vocalistas, que se salvó por haber llegado tarde. Un simple retraso lo protegió de un destino atroz. Esa es la realidad de este país: la suerte como escudo, porque el Estado no protege.
EL SILENCIO QUE MATA
Lo más indignante no fue sólo la desaparición, sino la respuesta —o mejor dicho, la ausencia de respuesta— de las autoridades. Desde el primer momento, el gobierno de Tamaulipas guardó silencio. Fueron las familias quienes iniciaron la búsqueda, quienes se organizaron, quienes tocaron puertas, quienes recurrieron a los medios. No hubo presencia institucional, ni acompañamiento, ni humanidad.
Y cuando finalmente hablaron, lo hicieron mal. El fiscal estatal Irving Barrios Mojica y el secretario de Gobierno Héctor Joel Villegas ofrecieron una conferencia para anunciar la localización de restos calcinados. Lo hicieron sin avisarle a las familias, sin pruebas de ADN, sin protocolo alguno. Fue un acto de revictimización brutal. Un espectáculo para los medios, sin respeto al dolor de quienes buscaban a sus hijos.
He acompañado a víctimas por más de dos décadas, y cada vez que veo estas acciones institucionales, recuerdo por qué tanta gente ha perdido la fe en las autoridades. Las víctimas no son prioridad. La imagen pública del gobierno, sí.
UNA JUSTICIA EXPRÉS QUE APESTA A MONTAJE
En menos de 48 horas, la Fiscalía anunció la detención de varios presuntos responsables. Según su narrativa, confesaron haber asesinado a los músicos. Pero en el Tamaulipas que yo conozco, eso es simplemente inverosímil. Ni el FBI resolvería un caso de este tipo en tan poco tiempo.
Las familias tienen toda la razón en desconfiar. Yo también desconfío. ¿Cómo confiar en una Fiscalía que ni siquiera notificó personalmente a los padres sobre la identificación de los restos? ¿Cómo creer en una investigación sin rigor, sin cadena de custodia clara, sin autopsias confiables?
Detuvieron a personas, sí. Pero por posesión de armas, no por homicidio. No hay flagrancia. No hay evidencia científica. Sólo una necesidad política de cerrar el caso antes de que incomode más. Van a fabricar culpables para salvar la cara del gobierno. Pero eso no es justicia, es simulación.
LA POLÍTICA POR ENCIMA DE LA VIDA
Todo esto ocurre en medio de un proceso electoral. Y es evidente que el gobierno estatal tiene prisa por "resolver" el caso. No para las familias, sino para la campaña. Para salir bien en los medios. Para que no se vea que Tamaulipas sigue siendo tierra de impunidad.
Y en esa prisa, se cometen atrocidades. La conferencia de prensa no sólo fue precipitada: fue cruel. Se expuso a las familias a posibles represalias, se difundieron datos no verificados, y se les dejó solas en su dolor. Eso no es un error: es negligencia institucional. Es abandono.
MÉXICO, LA FÁBRICA DE CULPABLES
No es la primera vez que pasa. En este país ya es costumbre fabricar culpables cuando un caso se hace viral. Como defensor de derechos humanos, he visto cómo se arman expedientes falsos, cómo se presiona a detenidos para que firmen declaraciones, cómo se cierran casos con más dudas que respuestas.
Lo dije una vez en tono sarcástico, pero es real: vivimos bajo la política de "las fábricas de Francia", donde todo se fabrica —incluida la justicia. Las víctimas no quieren venganza ni show: quieren verdad. Quieren que la Fiscalía General de la República tome el caso, porque la de Tamaulipas ya demostró que no tiene ni la capacidad ni la voluntad.
UN PAÍS QUE LE FALLA A SUS ARTISTAS
Los cinco jóvenes del Grupo Fugitivo no eran delincuentes. Eran trabajadores del arte, músicos con sueños y talento. Eran hijos, hermanos, amigos. Creían que podían ganarse la vida honestamente. El Estado no los protegió cuando estaban vivos, y tampoco está cumpliendo ahora que están muertos.
No puede ser que la justicia en México dependa de cuántos likes tenga un caso. No puede ser que los padres tengan que buscar a sus hijos, identificar restos, exigir peritajes. No puede ser que, después de todo, lo único que reciban sea desprecio oficial.
LO QUE SOMOS Y LO QUE NO DEBERÍAMOS SER
Tamaulipas es reflejo de una enfermedad más grande: un país donde el crimen organizado ha infiltrado estructuras de gobierno. Donde las familias tienen que ser investigadores, peritos, periodistas. Donde el gobierno ve el dolor como un problema de imagen y no como una emergencia humanitaria.
Hoy exijo, como lo han hecho también los familiares, que se investigue de forma independiente, con rigor científico. Que se respete el derecho a la verdad y a la justicia. Que se deje de usar a las víctimas como carnada política.
Francisco, Nemesio, Livan, Víctor y José Francisco merecen más que un expediente mal armado. Merecen justicia real. Merecen ser recordados por lo que eran: jóvenes con esperanza, no cifras en una estadística más.
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